sábado, 19 de septiembre de 2015

“La noche que Iggy Pop tocó en Oviedo”

 

Vetusta Blues. –

La noche que Iggy Pop tocó en Oviedo”


Existen esas ocasiones especiales en que en sólo una noche se unen las emociones para converger en algo ideal, algo que intuímos como inolvidable, algo que regresará en los momentos más insospechados como un bálsamo para seguir hacia delante. Aquel 22 de febrero de 1991 fue una de esas fechas que se quedarán marcadas como inolvidables. Tocaba una de las leyendas más grandes del rock –Iggy Pop- en mi ciudad y junto a mí estaría la mujer de mis sueños. Y sería en sala de pequeño aforo, en la añorada La Real, lugar donde había disfrutado de tantas buenas bandas como Dr. Feelgood, Paul Collins Beat, Barracudas, The Lyres o Wilko Johnson en concierto. 
 
Hacía tan sólo unas semanas que había completado mi colección de vinilos de la mítica Iguana, símbolo de una rebeldía llevada hasta el límite de la autodestrucción y la violencia, resucitado como un experimentado superviviente que paseaba su fortaleza ante el caos desde una perspectiva muy distinta a la de los extremos The Stooges. En aquella mágica noche, ya se encontraba en un buen momento físico, lo cual descartaba a los fans más acérrimos del grupo con el que se dio a conocer. Durante la tarde tuvimos la oportunidad de hablar en la radio, la añorada Radio 4, del mito con el entonces codirector de la revista “Ruta 66” Jaime Gonzalo, poco partidario del reciente giro hacia el pop dado con el memorable “Brick by brick” (1990) y esa canción –“Candy”- que la mayoría recordará. 
 
Tuvimos un pequeño problema en la entrada, donde nos esperaba Dogo, cantante de Dogo y Los Mercenarios, pero conseguimos entrar a pesar de que nuestras localidades habían desaparecido. Probablemente, el cantante sevillano al que había conocido hacía un par de meses en el legendario Fun Club de la capital hispalense en medio de una exhaustiva gira por todo el país en la que había acompañado a los ovetenses The Amateurs, se había pulido las invitaciones que la sala me había reservado para conseguirse un dinerillo extra (a tres mil pesetas cada una era un buen plus). Superado el momento, ya sólo tuve ojos en la previa para Ella. La sala estaba repleta al modo español del que hablaba Dean Wareham en su autobiografía “Postales Negras” a propósito de un concierto de Luna en el País Vasco. Cuando se dice que en España está lleno es porque no cabe un alfiler y apenas se puede respirar. Así estábamos los dos y el resto de asistentes: casi sin poder movernos y pegando algún salto que otro para poder contemplar a los músicos en el escenario. Daba igual: aquello era histórico, verdaderamente histórico y, casi, casi, irrepetible. Iggy Pop en su mejor versión, en un inmejorable estado de forma, en uno de los puntos álgidos de su carrera (dos años después publicaría el también destacable “American Caesar”). Y los también memorables Dogo y Los Mercenarios, luego leyenda para los paladares más exquisitos, en su versión más rocosa, extrayendo granito de sus guitarras y de su rock callejero. 
 
En pleno éxtasis de calor y de rock, apenas recuerdo más que sus besos y a la Iguana desgranando alguna de mis favoritas. Aquello está repleto de imágenes más neblinosas que en otros conciertos resguardados en mi memoria, pero sí me queda la sensación de fuerza y sudor, además de ese encantamiento de muchos instantes cuando uno está viviendo algunos grandes momentos junto a su amor.

Iggy Pop disfrutaría de varias jornadas en Asturias. En una de ellas, vivió en Oviedo uno de esos momentos surrealistas que nos situaban en el pasado más carpetovetónico: a la pequeña gran estrella estadounidense le impidieron la entrada en el selecto Restaurante Marchica (el favorito del rey Juan Carlos I) por… ¡llevar sus pantalones vaqueros rotos por la rodilla!

Pocas veces pudimos vivir en mi ciudad la oportunidad de albergar a una gran estrella en uno de los picos altos de su carrera, en un momento sobresaliente de forma y popularidad. Aquel 22 de febrero de 1991 fue una de esas fechas señaladas para el rock en Asturias y había que estar allí para vivirla. Todo lo que pueda venir después de eso no tendrá la trascendencia de aunar factores de un modo crucial, como, sin duda, fue aquella visita hace veinticuatro años y medio de un mito en uno de sus mejores momentos.

MANOLO D. ABAD
Publicado en el diario "El Comercio" el sábado 19 de septiembre de 2015