sábado, 17 de septiembre de 2016

San Pateo. Día 1. "La Mateína"


San Pateo. -
Día 1: “La Mateína”

El trabajo me retiene con tal constancia -disfruten de la programación musical de RPA- que me resulta imposible llegar al Ca Beleño a ver a Puri Penín y Kike Suárez celebrando el Harvest Moon por tercer año consecutivo. La experiencia dicta que una buena cena es imprescindible para afrontar las noches largas y dejo que los dos ejemplares de salmón se tuesten al aceite y la sartén. Por mucho que me cueste, hay que comérselos, aunque echo de menos unos salmonetes frescos. No quiero parecerme al gran Petros Márkaris -aunque sé que algo se me ha pegado de él- y trataré de librarles de mis disquisiciones gastronómicas. O, más que probable, no. Digo que seguiré contándoselas. Mi reacción ante cualquier tipo de autoridad e imposición siempre ha sido la misma.

Llego a La Mateína, a la que han situado en un entorno privilegiado. Sólo he de atravesar la plaza del venerable Feijoo -que se ha convertido con los años en un experto rockero- y su estatua para alcanzar el chiringo. En el concurso de rock de Oviedo arrasa uno de esos grupos de death metal cuya voz parece un erupto, pero muy deslavazados, carne de primera fase olvidable hasta en el nombre. Alcanzo la Corrada del Obispo donde hace eones que vi por primera vez a los venerables Modas Clandestinas -grupo a recuperar como sea- y ya me encuentro con mi querido amigo Rubén D. Rodríguez. Hablamos de nuestras cosas, porque Rodrigo Cuevas suena en la lejanía, demasiado lejos para mis oídos e incluso para mis tapones. No abro el estuche de los mismos, porque, inmediatamente, pienso en Ella. En estos meses de vacío y silencio. Quizás sea mejor el vacío y el silencio y olvidar todo lo sucedido... Cuando el corazón late tan fuerte, sobran las palabras.

Celso Miranda me engancha y comenzamos a hablar. Querido y, siempre, lúcido. Ha leído el capítulo 0 de este serial y permanece alerta de sus dos pequeñas que juegan sin parar en la plaza, en esa libertad que tanto anhelamos quienes la hemos vivido. Sin partidismo, sin enconamientos de la izquierda a la derecha: conocer la historia debería hacernos libres, pero en esta ignorancia insoportable no hay lugar para las gentes libres como yo. El bueno de Celso lo entiende, porque él, izquierdista convencido, aprendió la lección de la tolerancia en otros tiempos que parecen demasiado lejanos. Hemos dejado ir las materias humanas -lengua, literatura, historia, filosofía- en virtud de una fuerza de trabajo que sólo conoce unas nociones básicas de lo que es un ser humano. ¿Se extrañan de que vuelvan las violaciones? ¿El machismo? Las humanidades nos enseñan una perspectiva diferente, pero, claro, aquí sólo hacía falta fuerza de trabajo. Celso trata de encontrar a la mayor de sus pequeñas y me alegro de no tener esas responsabilidades. Conmigo morirá mi especie. Tampoco creo que se pierda mucho, seamos sinceros.

Está tocando un grupazo en el Concurso de Rock, con gaita y todo, trato de acordarme del nombre, ¿Melandru, quizás? Vaya que si lo hacen bien. Recuerdo días de jurado. También quienes -cicateramente- hicieron lo posible y lo imposible por echarme del asunto. Al final, todo se desarrolla en una suerte de círculos concéntricos, como me decía hace unas semanas Juan Codorniu -recuperado guitarrista de los espléndidos Lagartija Nick-, una visión histórica más avanzada que la típica circular. Lo malo es cuando el círculo cae sobre ti y cada rincón me recuerda a Ella, que ya no es Ella. Aún quedan días para amanecer en paz, pero sus ojos -como en un sueño- siguen clavados cuando suenan Black Swan Lane en el equipo de música.

Hoy os dejo con Tex Perkins y una de sus bandas. Este individuo -en su concierto gijonés con los irremplazables Beasts Of Bourbon- trató de quedarse con mi camiseta de los Soledad Brothers. No acepté, sólo me lo hubiera pensado si fuera Maika Makovski o una mujer parecida...

MANOLO D. ABAD

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