sábado, 28 de junio de 2014

Aquel verano en el Apolo


Vetusta Blues. –
“Aquel verano en el Apolo”
La perspectiva de la memoria de un tiempo pasado nos ofrece la posibilidad de revivir momentos casi con la misma nitidez del presente. Algo así me sucede cuando, callejeando rumbo a casa, bajo por la calle de la Luna y observo el local que hace unos años ocupaba el Café Apolo. Inmediatamente, como si un resorte se desplegase con toda su fuerza más emotiva, el recuerdo de un verano de ola de calor y de tardes y noches, tras mi trabajo de reportero en la televisión local de Oviedo, transcurridas en ese emblemático café. De tardes y noches disfrutando de las dotes gastronómicas del gran Manolo Villarroel, bebiendo un vino tinto francés de edición especial, escuchando una buena selección de jazz y conversando de literatura, mujeres y vida con mi amigo Rubén Rodríguez y algunos otros colegas (Havel, Lasheras) que se acercaban a disfrutar de las minipizzas, tortillas y demás delicatessen, en esos días sofocantes donde permanecer en mi pequeña buhardilla era una auténtica tortura.

Aquel verano fue decisivo para lanzarme de cabeza a la arena literaria, impulsado por los ánimos de los amigos y por ese ambiente peculiar que transmitía el Café Apolo. Un lugar irrepetible, que fue construyendo su personalidad única no sólo a través de sus propietarios, como Juan Carlos y Eva, sino que fue definiendo la clientela que acudía allí a la busca de un sosiego creativo, una atmósfera donde la conversación fluía y el jazz suave sabía puntuarla. Donde la gente no hablaba a voces y todos sabían escuchar.

Hoy resulta difícil encontrar establecimientos así, lo más parecido puedo encontrarlo en el Café Paraíso, donde la selección musical de su propietario, Jesús Colino, aunque diferente, más orientada al rock y al folk-rock, consigue que las conversaciones no se malogren. No hay, por desgracia, la presencia de la gastronomía de Villarroel, pero sí el aroma de un buen vino de Toro.

El verano en Oviedo, sosegado, tranquilo, es un tiempo de gran creatividad para mí. Es como si todo se detuviera, se tomara un respiro, se congelara en un punto donde uno consigue olvidarse de la ciega competitividad feroz, de los enemigos y sus zancadillas, de las envidias y sus constantes puñaladas traperas, de los mediocres y arribistas que pretenden silenciarte o ningunearte. De unos días para saborear con gusto sin que nadie te los pueda agriar. Como en aquel verano en el Café Apolo.

MANOLO D. ABAD

 Publicado en la edición papel del diario "El Comercio" el sábado 28 de julio de 2014