lunes, 21 de enero de 2019

Gerar, Letras y Vida

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"Gerar, Letras y Vida"

Las noticias inesperadas de una muerte de alguien cercano son, sin ninguna duda, las peores. Aprendemos, en ese combate contra las circunstancias adversas y todos sus golpes que es la vida, a encajarlos, a seguir, aunque sea a trompicones, en pie. Pero, cuando leí el whatsapp que mi querido amigo y escritor Lauren García me envió en la mañana del domingo, sentí el embate de un K.O., de un golpe duro que te lleva contra la lona. El día anterior, en su columna semanal del diario EL COMERCIO había escrito sobre mi proyecto "Sucedió en Oviedo", donde embarqué a otros cuatro escritores amigos. Quince días antes, en un local de la calle Santa Teresa de la capital, habíamos compartido unos vinos y una conversación imparable e impagable durante casi cuatro horas. Nos saltamos nuestras rutinas, la amistad que, tantas veces, descuidamos, requería ponerse al día.

Conocí a Gerardo Lombardero en las Jornadas Literarias de Pravia, a las que -como me recordaba su gran impulsor Javier Lasheras- había que llevarlo a rastras. Luego, imbuido de ese espíritu que se consiguió en muchas de sus ediciones, pura magia, alejada de egos y vanidades, se enfrascaba en múltiples conversaciones donde se mezclaban -como en las grandes ocasiones- cultura, noche y vida, como ese espíritu que guía los caminos de las letras destinadas a perdurar. Por encima de petulantes, vanidosos y de la pretenciosidad artificiosa que castiga muchas de las peores letras a las que nos condenan los egocéntricos, Lombardero era lo verosímil, lo real, la pura vida, toda la existencia apurada hasta la última copa, hasta el último resquicio de noche, hasta el postrero aliento que nos guía hasta el final del túnel. Ahí estaba María José Ferrero, su mujer-faro, esa que todos los náufragos de la literatura anhelamos conocer, o no echar a perder. Alguien que nunca trató de cambiarlo, pero que matizó su fuerza interior hasta una obra digna de ser recuperada.

Conducido a sus rutinas, tras años de noche y de esa zozobra que nos lleva a los más diversos amaneceres, su obra va de la novela histórica más profunda, buscando esencias por encima de la superficialidad reinante de los grandes nombres, a una honda, sentida, plena de emoción, cosecha poética y, por supuesto, a su tarea como articulista, donde plasmó esa virtud de no casarse con nadie, de ser riguroso, de esa rebeldía con la que tantos puntos en común teníamos. Esa que echaré de menos tanto a partir de hoy.

MANOLO D. ABAD
Publicado en el diario "El Comercio" el lunes 21 de enero de 2019