viernes, 6 de octubre de 2017

Un día en Prado del Rey con Los Deltonos



Rock Stories. -

“Un día en Prado del Rey con Los Deltonos”


1989, junio. Volví a subirme a la furgoneta con mis queridos amigos The Amateurs, como tantas otras veces, en un aprendizaje que no se puede pagar. Un crítico de rock en el otro lado. Cargando los amplificadores, cobrando la entrada, acercándoles las copas... Si no conoces el otro lado, no puedes valorar qué es lo que hay en cada lugar.

Llegamos a Madrid, ilusionados. Una tarde de incipiente verano de junio. Los chicos me acercaron hasta donde se situaba la antigua Estación Sur de Autobuses de Madrid. Llevaba conmigo un teclado de un amigo de la banda para hacer el playback en unas horas. Bajaba por Santa María de la Cabeza en dirección a la calle Ferrocarril cuando tres tipos me rodean. No me detuve pero noté la navaja en mi espalda. Eran tiempos en los que te daban el palo con frecuencia. Diez mil pelas me sacaron. Afortunadamente, siempre tuve la precaución de guardar en los calcetines. Eso me salvó. Piqué en la casa familiar. Le conté a mi tía Mariví la movida. Me dio algo más de dinero y me cogí el metro en dirección a Prado del Rey. Allí estaban los chicos. Pensé en el teclado. Menos mal que no me lo pidieron.

Hicimos el control de la entrada, del dni y esas cosas. Las doce de la mañana, nos esperaban. En el plató ya estaban todos los del programa “Cajón Desastre”. Bueno, no, Miriam Díaz Aroca, no. Estaba el de los Refrescos, muy creído él, y una chavalina encantadora con sueter de rayas rojas. También un niño prodigio bastante odioso como todos los niños malcriados. ¡Luuucaaaas, sí, joder, Lucas! De aquella el muchacho salía en todo tipo de espacios televisivos y cinematográficos. Yo creo que no lo aguantaba ni su madre. Pueden añadir las cuatro consabidas letras, si quieren. También, para rematar el asunto, una docena de enanos de todo tipo y especie que seguían las órdenes de un realizador que no veíamos -estaba en su cubículo presidencial, una especie de púlpito en las alturas del inmenso estudio desde donde no se le veía- como un ejército convencido y fiel.

Sobre las tablas, Los Deltonos se desesperaban. El realizador la había tomado con el tipo que simulaba tocar la armónica. Era, después lo supe, Rafa, dueño de varios locales señeros de la época en Malasaña como la Vaca Austera. Nada le gustaba al realizador de Rafa. Y así estuvieron pugnando con el playback hasta la hora de comer. Sin conseguir cerrar ninguna de las tres canciones previstas. Tenía su EP en casa, pero me lo terminé de aprender. Nos fuimos a comer. Antes de llegar al comedor de Prado del Rey se nos unió Juan de Pablos y pasamos un almuerzo magnífico hablando con él de música. Era un tiempo apasionante. De aquella no se hablaba ni de “alternativo” ni de “indie”, lo “independiente” ya había sido superado. La palabra era “underground”: Sex Museum, Los Clavos, Las Ruedas, Los Deltonos, Cancer Moon, Surfin´ Bichos, los Amateurs, Los Bichos, La Secta, Pantano Boas...

No nos dimos mucha prisa en la sobremesa. A las cuatro llegó nuestro turno. Iba a hacer un playback con los teclados y tenía cierta preocupación tras ver cómo había tratado el realizador a Rafa. El pobre, antes de irse, nos pidió disculpas y nos invitó a su bar. Grabamos en una toma, pero no dio tiempo a más, Seis de la tarde. El realizador había decidido reñir con los niños (me libré, vayan ustedes a saber por qué) y los estuvo situando durante mucho tiempo. La pobre regidora tenía pinta de irse a suicidar en cuanto acabara tal sesión de despropósitos. Dos canciones. Aún quedaba una, pero tuvimos que terminar. Hablaron con José Andreu, vocalista y guitarra, además de factotum para todos los business. En quince días nos tocaría volver. Evidentemente, vestidos igual. El único problema era que Paco “Hummungus” Fernández lucía un aparatoso vendaje en uno de sus brazos fruto de un accidente de moto... Sin problema: se le vendaría cuando llegásemos y tema resuelto.
Salimos a las ocho. El cielo de Madrid, visto desde Prado del Rey, embriagaba. Nos fuimos a Malasaña. Perdí a los chicos no sin antes quedar para el día siguiente y me trasladé a La Vaca Austera a ver a mi nuevo amigo Rafa. Cerramos el local hasta las mil. La noche terminó en un trasiego por la Malasaña de la incipiente mejor época. Llegué a la calle Ferrocarril andando. Mi tía dormía. Y no pensé en la pasta que me habían mangado, sino en que repetiría pronto otro viaje a ese inolvidable Madrid.
MANOLO D. ABAD