Stark arrancó el extremo retorcido del porro, le pasó la lengua para humedecer el papel, lo encendió y echó a andar por la calle desierta.
Se preguntaba si la hierba aún podría colocarle. El porro había sido un regalo del camarero. Stark no pensaba aceptarlo cuando se lo ofreció pero no quería ofender al tipo, quien pensaba que la marihuana te da el mejor subidón. Además, su actitud ante la hierba se había visto influida por la opinión de un drogadicto, su padre, el timador del billar, el hombre que decía: "No necesito esa mierda de hierba para volverme aún más loco. Lo que necesito es la medicina de Dios para estar más cuerdo" y que acto seguido se pinchaba la vena con una aguja delante de su hijo. Su padre era un yonqui. Stark juró que nunca se engancharía. Sólo los imbéciles se enganchaban.
Le dio una calada más al porro y, mientras aguantaba el humo, la marihuana hizo su magia. En segundos, su mente se elevó a un nivel de perspectiva más alto, más intenso, aunque distorsionado al mismo tiempo. Le vino a la cabeza la cara de Crowley,esa expresión de bulldog estúpido. De repente, soltó una carcajada. Su risa retumbó en el silencio de las calles vacías. Se contuvo, consciente de que la hierba jugaba con su imaginación. Las luces brillaban más y las ventanas, que momentos antes le habían parecido horribles, ahora se presentaban como filas de cuadros impresionistas colgados por un gran artista en la galería de la noche. Este pensamiento le provocó otro ataque de risa desquiciada.
Cubos de basura, abollados por el uso, se alineaban en los bordillos esperando el amanecer. También estos objetos tenían su significado, especialmente una bañera deforme llena a rebosar de botellas de vino. Stark se paró en seco, se inclinó hacia delante y entrecerró los ojos inyectados en sangre.
-Hay que joderse - dijo profundamente impresionado- . Es una puta obra maestra vanguardista.-Lanzó una carcajada ante su propia ridiculez.
Un coche blanco y negro que merodeaba por allí se acercó al bordillo iluminándole de lleno con los faros. Le estropeó el humor de forma instantánea. Un policía de quien no podía distinguir las facciones bajo el ala del sombrero asomó la cabeza por la ventanilla, como una marioneta en una caja.
-¿Qué estás haciendo aquí fuera, amigo? Es tarde para andar dando vueltas.
-Sólo disfrutaba del arte.
-¿Qué?
-Estaba sacando la basura. -Sabía que el policía se había detenido para comprobar si era un borracho. El estafador se recompuso- . La recogen muy pronto. Trabajo por la noche así que acabo de sacarla. Me alegro de lo bien que hace su trabajo, consigue que me sienta más seguro al dejar a mi mujer sola en casa.
-Muy bien, amigo. No trabaje demasiado. -Miró deliberadamente el montón de botellas de vino-. ¡Y cuidado con las úlceras!
El coche de policía se alejó para recorrer otros lugares durante la noche. Stark lo observó y se recompuso.
-Será mejor calmarse antes de que esta hierba de la risa haga que me encierren por reírme de la luna.
Aceleró el paso en dirección al Panama Club.
Edward Bunker. "Stark". Sajalín Editores, 2010.