ILEGALES
Playa de Poniente, Gijón.
Viernes, 13 de agosto de 2010.
La vida es una noria, no una tómbola como cantara Marisol. Altos y bajos jalonan la vida de los artistas, sometidos a vendavales y a maremotos de modas, tendencias y todas esas cosas que jamás permanecerán en nuestra memoria salvo para recordarnos lo ridículos que pudimos llegar a ser siguiendo sus dictados. Y es ahí donde la figura de Jorge Martínez García se alza por encima de todos ellos, de todo esto. Arriba, en lo más alto de la cima de la noria, o abajo, a la altura del tipo que te expende la entrada, la vida nos otorga unas enseñanzas de las que debemos sacar consecuencias y -tratándose de personas creativas- obras que se repetirán en nuestras vidas como un extraño leit motiv.
Contratados por el Ayuntamiento de Gijón como no se hacía desde 1986 -bien se encargó el calvo largo de recordárselo a los presentes- Ilegales vinieron dispuestos a incendiar la ciudad donde registraron muchas de sus aventuras. Una obertura con "Yo soy quien espía los juegos de los niños" lo dice todo. Con un sonido incomparable, que te acompañaba con la misma exacta nitidez hasta el fondo de la playa, el trío de rock que "sin alharacas, sin piruetas, sin lucecitas, sin mariconadas" entrega su ser, ataca un mini-meddley con "Hacer mucho ruido" y "Hombre solitario" para ponernos en situación. Y las canciones suenan con la misma lucidez de antaño, imperdurables como pocas, impuestas por tozudez, sí, pero por una clarividencia que, pasados los años, les ha hecho más grandes aún. "Todo lo que digáis que somos" continúan, en esa obra maestra cada vez más grande que es su tercer álbum "Todos están muertos", que se muestra en toda su nitidez a quien quiera escucharlo. Aquí la matería prima no se diluye en el azucarillo del falso colegueo (Joaquín Sabina), en la mentira de las luces de colores (Alaska y los Pegamoides) o en el falso romanticismo de la juventud que no volverá (Mecano). Aquí está la ciencia del superviviente, a medio camino entre la legalidad y lo real, luchando por cada gota de vida, consumiéndola con la delectación del dipsómano en su última noche de borrachera. "Os juro por la Pantoja que todos los pasodobles son una puta mierda", presenta Jorge, el avilesino -no se equivoquen- para regocijo del personal que siempre ha coreado ese imprescindible "Odio los pasodobles". "Suena en los clubs un blues secreto", "Chicos pálidos para la máquina", "Agotados de esperar el fin", "El piloto", "Quiero ser millonario", uno de esos extraños grupos que presenta su canciones como me apunta Miguel Fernandi, cantante de Skama La Rede, en pleno delirio. A alguno se le cruzan los cables y le arroja a Jorjón una zanahoria, "esta te la guardo para metértela por el culo", vago recuerdo de los ochenta donde los escupitajos volaban en una mala interpretación patria del punk.
Recuerdo para los músicos que se esfuerzan sobre un escenario sean los Hombres G o Siniestro Total. Otro más para los lugares de Asturias donde no han podido tocar en estas casi tres décadas "estaban más ocupados en firmar a Amistades Peligrosas, Ella Baila Sola o cosas así", concluye Jorge. Es un día para cuentas pendientes, pero, sobre todo, para reivindicar ese individualismo a ultranza, la pose de duro, la vida al margen de todo y todos, de ese analfabetismo funcional que nos invade y que eleva a la estupidez al grado de inteligencia. A la medida en balanzas supuestamente creíbles, que obvian a unos grandes, enormes, Ilegales, necesarios como pocos. Aunque no pudieran tocar las tres horas prometidas,... contratadores mandan. Y siempre quedará septiembre, claro.
Publicado en el periódico "La Nueva España" el 16 de agosto de 2010. http://www.lne.es/gijon/2010/08/16/alto/955640.html