Siempre debe brillar alguna luz detrás de nuestras vidas, decía uno de mis profesores de la universidad. Había sido poeta, al parecer bueno, bien considerado, prometedor. La luz se estaba extinguiendo detrás de su vida el año que lo tuve de profe de lite en primero. A mediados del segundo semestre, no apareció por clase durante dos días seguidos. Lo encontraron en el suelo de su cuarto de baño. Se había colgado de un gancho clavado en el techo encima de la bañera y, aunque el gancho se había desprendido del yeso podrido, se había estrangulado y, tras unos momentos de revolcarse por el yeso esparcido, con la espalda rota al darse con el borde de la bañera en la caída, había muerto.
Al encontrar a Vicky, al empezar a conocerla, sentí que la luz se encencdía de nuevo detrás de mi vida. Llevaba apagada mucho tiempo.
Comencé a realizar cobros de morosos para una compañía de préstamos del barrio de Poydras. Walsh me había dado el espaldarazo y yo seguía con la corpulencia y la pinta de bestia necesarias para convertirme en un cobrador eficaz. Me pusieron a prueba con un sueldo simbólico, pronto añadieron un porcentaje y, posteriormente, me doblaron el sueldo.
Vicky y yo nos veíamos con bastante regularidad: conciertos, cenas, películas en el Prytania, teatros, museos, largas tardes tomando café o botellas de vino. Rememoré el concepto de las mónadas, áreas enteras de conocimiento, de entendimiento, que se abrían de par en par al individuo que se desarrollaba. Y sentí que surgían dentro de mí nuevos mundos, mundos que siempre había intuido allí, pero que nunca había podido encontrar, alcanzar.
James Sallis. "El Tejedor". Ed. Poliedro, 2003.