martes, 12 de enero de 2010

Soy el destino



SOY EL DESTINO


Sí, te he querido como nunca.

¿Por qué besar tus labios, si se sabe que la muerte está próxima,

si se sabe que amar es sólo olvidar la vida,

cerrar los ojos a lo oscuro presente

para abrirlos a los radiantes límites de un cuerpo?

Yo no quiero leer en los libros una verdad que poco a poco sube como un agua,

renuncio a ese espejo que dondequiera las montañas ofrecen,

pelada roca donde se refleja mi frente

cruzada por unos pájaros cuyo sentido ignoro.


No quiero asomarme a los ríos donde los peces colorados con el rubor de vivir,

embisten a las orillas límites de su anhelo,

ríos de los que unas veces inefables se alzan,

signos que no comprendo echado entre los juncos.


No quiero, no; renuncio a tragar ese polvo, esa tierra dolorosa, esa arena mordida,

esa seguridad de vivir con que la carne comulga

cuando comprende que el mundo y este cuerpo

ruedan como ese signo que el celeste ojo no entiende.


No quiero, no, clamar, alzar la lengua,

proyectarla como esa piedra que se estrella en la frente,

que quiebra los cristales de esos inmensos cielos

tras los que nadie escucha el rumor de la vida.


Quiero vivir, vivir, vivir como la yerba dura,

como el cierzo o la nieve, como el carbón vigilante,

como el futuro de un niño que todavía no nace,

como el contacto de los amantes cuando la luna los ignora.


Soy la música que bajo tantos cabellos

hace el mundo en su vuelo misterioso,

pájaro de inocencia que con sangre en las alas

va a morir en un pecho oprimido.


Soy el destino que convoca a todos los que aman,

mar único al que vendrán todos los radios amantes

que buscan su centro, rizados por el círculo

que gira como la rosa rumorosa y total.


Soy el caballo que enciende su crin contra el pelado viento,

soy el león torturado por su propia melena,

la gacela que teme al río indiferente,

el avasallador tigre que despuebla la selva,

el diminuto escarabajo que también brilla en el día.


Nadie puede ignorar la presencia del que vive,

del que en pie en medio de las flechas gritadas,

muestra su pecho transparente que no impide mirar,

que nunca será cristal a pesar de su claridad,

porque si acercáis vuestras manos, podréis sentir la sangre.


Vicente Aleixandre. "La destrucción o el amor". Ed. Losada, 1999.