domingo, 24 de enero de 2010

Los Mejores Tiempos



PABLO MORO Y LOS CHICOS LISTOS
Teatro Filarmónica, Oviedo.
Viernes, 22 de enero de 2010.


Pablo Moro (voz, guitarra), Álvaro Bárcena (guitarras, mandolina, armónica), Antón Fernández Ceballos (bajo), Richard García (piano, teclados, melódica), Alejandro Blanco (batería, cajón).

Se palpaba la expectación de las grandes noches en el ambiente del teatro carbayón y Pablo Moro tampoco pudo disimularlo al acometer la primera tanda de canciones, el inicial "Smoking Point", "Golpe de Suerte", "Dos Tiros". "No sabéis lo que significa esta noche para mí", acabó por expresar el ovetense a modo de resumen, y a partir de ahí comenzó a desgranar su tercer álbum que le ha elevado a las más altas cotas, esas donde las etiquetas comienzan a perder sentido y deben dar paso a la reverencia de una personalidad contrastada. Cincuenta primeros minutos que sirvieron para entonar un sonido del que se quejaron en la parte alta en los primeros compases (en el patio de butacas sonaba a la perfección) y donde, salvo la incursión en el patetismo de la estupenda "Imitadores de Elvis", el repertorio incidió en el nuevo "Pequeños placeres domésticos". Tras ese primer bloque, llegaron otro veinte minutos de calidez acústica, para disfrutar de la íntima escenografía -una sugerente habitación con lámpara de araña incluída- y con canciones como "La Mejor Manera", "Pídeme", "Dolores Club" o "Tic-Tac". Con "Chicos Listos", consigue poner al público en pie, ya en eléctrico, y remata la hora y treinta y cinco minutos de actuación con "Jólivuz" y el inmenso "El Último Vals". Para el bis, definitivamente ganado el combate -el símil boxístico nos sirve, pues presentó a su banda con una liturgía pugilística- se reserva él en solitario "Canción de Cuna" y "Empate a Cero", para despedirse con "Vodka y Caramelos", ya con los cinco de nuevo sobre las tablas. Y, cuando todo parecía terminar, reaparecen con Moro recorriendo el patio de butacas al son de un "Quédate" en pleno delirio de los asistentes. Pablo Moro lo ha conseguido. En esa vis desconfiada que siempre tiene Oviedo, superar escollos hasta alzarse maestro, hasta ser reconocido incluso en sus defectos, es algo que sólo unos pocos elegidos logran. Y Pablo, Pablín, desde esta noche puede presumir -ante los suyos, ante todos- de ello.
Publicado en el periódico "La Nueva España" el domingo 24 de enero de 2010