lunes, 17 de junio de 2019

Poeta en Portada


Mi aportación en forma de relato al libro colectivo "7Siete" (Trabe, 2019) en el que participan otros treinta y dos escritores comienza así y se titula "Poeta en Portada". Entero lo podéis leer si os hacéis con el libro al precio de 18 €, destinados a la Asociación Galbán.

POETA EN PORTADA

Diego Fuertes se despertó con un insoportable dolor de cabeza. Notó terribles estallidos dentro de ella, que se le clavaban como un rayo que le atravesaba todo el cuerpo. Abrió los ojos y percibió cientos de flashes que le deslumbraron antes de que pudiera darse cuenta de dónde estaba. Cuando, por fin, dejó de notar a las saetas lumínicas y su tortura, se incorporó sobre la cama y recorrió la extraña habitación con la mirada. Nada especial: una estancia lúgubre que parecía una pensión barata. Sin embargo, cuando dirigió la mirada a su izquierda, el pánico le invadió. A su lado, en la cama, yacía un cuerpo ensangrentado, con el rostro totalmente destrozado. Tiró de la sábana enrojecida hacia abajo y lo que pudo contemplar le aceleró aún más el pulso: la masacre sangrienta se extendía desde los pies a la cabeza. No sólo eso inquietó a Fuertes. Se trataba de un travesti, como inequívocamente mostraba el cadáver: los pechos asiliconados con rastros de navajazos en sus contornos, el colgante miembro viril, libre de heridas, como un testigo impasible de una verdadera masacre.
Fuertes, torpe aspirante a poeta, notó el sudor en todo su espigado cuerpo. Varios escalofríos le recorrieron antes de poder pensar con algo de claridad, pues los clavos seguían percutiendo en su cerebro y el temblor del pánico se iba apoderando de todo su ser. Escapar, se concentró en escapar. Escapar, escapar, escapar, se repitió a sí mismo como un mantra. Había que escapar como fuera de aquel lugar. Debía es-ca-par. Volvió a dirigir con su mirada un recorrido por toda la habitación. Descubrió un lavabo coronado por un espejo. Allí fue. En el reflejo, vio una estampa desnuda y casi tan ensangrentada como la de la cama. Probó suerte con el grifo para comprobar si funcionaba. Los segundos le parecieron horas. Finalmente, el agua manó y Fuertes comenzó a tratar de limpiarse las manchas rojas que se empeñaban en pegarse por todo su cuerpo. Volvió a mirarse en el espejo. Despeinado, con el pánico pegado en cada centímetro de sus ciento ochenta de altura. Trató de sonreír, pero sólo tenía ganas de exhalar un alarido de terror. Se lo pensó justo en el momento en que, tras darse varias veces con el agua en la cara, pareció recuperar algo de sensatez. Debía largarse de allí. Es-ca-par. Con calma. Sin que nadie le viera. ¿Qué hora era? ¿Cómo había llegado hasta allí? El blackout era de órdago, probablemente por el consumo compulsivo de drogas y de alcohol. ¿Y el día? Tampoco lo sabía. ¿El móvil? ¿Dónde estaba el móvil? Volvió a recorrer la estancia con ansiedad, el corazón parecía una bomba de relojería que iba a salírsele de sus entrañas. Las dos mesitas sólo conservaban restos de rayas, una botella de whisky barato a punto de acabarse. Ni rastro del puto móvil. ¿La ropa? ¿Dónde estaba su ropa? Fijó su mirada en el suelo, por el que se desperdigaban pantalones, calzoncillos, camisetas y chupas diversas. El aspirante a poeta, cuya última obra-performance “Jazz Desordenado” apenas había alcanzado la cifra de una decena de libros vendidos, revisó todo con manos temblorosas. Apareció un móvil en un pantalón: no era el suyo. Rebuscó frenéticamente, con la ira y el punto del ansia por el efecto de la droga sacándolo de sus casillas. Lo encontró finalmente en su chupa de cuero, su fiel tres cuartos. En un bolsillo interior, allí estaba. Revisó las llamadas: veinticuatro de su mujer, de la madre de sus dos hijos. Calista Gálvez, ese era su nombre, debía estar desesperada, por mucha costumbre que tuviera de las constantes juergas de su marido, por todas las infidelidades siempre que tenía oportunidad de pillar algo, por ese ego desmedido en desacuerdo con un pobre talento. Sí, él lo había arreglado siempre con unos poemitas zalameros, incluso un breve librito, con el propósito de una enmienda que no llegaba nunca, con unas vacaciones donde se mostraba tan encantador como cuando la sedujo.
Debía salir de allí como fuera. Con discreción. El móvil le informó que era un martes de febrero, 21, seis y media de la tarde, nueve grados de temperatura en la ciudad. El localizador indicaba que estaba en Oviedo, donde vivía, y que se encontraba en la calle Foncalada, en una pensión de la que olvidó el nombre en cuanto apagó el celular.

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MANOLO D. ABAD

"7Siete" (Trabe, 2019)