miércoles, 11 de enero de 2012

Morphine "El doloroso arte de la seducción"

Para abrir boca de cara al especial de "La Abadía Musical" sobre Morphine, por si a alguien le interesa de cara a la escucha esta tarde en RPA a las 18:40 h, les dejo un artículo que publiqué en el número 154 de la revista "Ruta 66" correspondiente al mes de octubre de 1999.



Morphine, el doloroso arte de la seducción

Texto: Manolo D. Abad
Publicado en Ruta 154 octubre 1999.

La inesperada desaparición de Mark Sandman, fallecido el pasado verano sobre un escenario, hace inevitable este repaso a un trío irrepetible como fascinante.
«El tiempo hace justicia y pone todas las cosas en su sitio» (Voltaire)
Les descubrí en un video que emitía MTV. A través de la pantalla pude contemplar agobiantes imágenes de claroscuros en riguroso blanco y negro, la sombra de los resortes de un ascensor, una voz seductora filtrada por el sinuoso ritmo de un bajo ‘’good, good, good’’. Muchos meses después, el grupo asturiano Hi-Fi teloneaba casi con idénticas armas -en este caso no había saxo, sólo percusión/bajo/voz- a otro grupo bostoniano: Come. Su bajista se empeñó aquella noche en discutir el adjetivo ‘’cool’’ como definitorio de Morphine o, más en concreto, de Mark Sandman. Polly Jean Harvey escoge el calificativo ‘’sexy’’ para este revulsivo suspendido entre el rock y el jazz, tan lejos de cualquier etiqueta que el reto de definirles parece tarea de titanes infiltrados entre la atmósfera que separa el sonido exhalado por el saxo y el extraido por el bajo, mientras una batería dibuja atrayentes ritmos. Todo ello en un clima narcótico donde pierde sentido cualquier asidero previo, cualquier consideración apriorística sobre la naturaleza de lo que escuchamos.
¿Dónde se oculta el eslabón perdido del que surge Morphine? Resulta complejo escrutar lo sucedido entre el final de un grupo llamado Treat Her Right -una correcta banda rock donde tocaban Sandman y Conway- y el inicio de este espeluznante paseo por territorios de luces tenues, no se sabe si en un atardecer premonitorio de grandes emociones o en la agobiante chispa de un atardecer, indeseado final de una agotadora carrera en busca de promesas rotas. Estamos pues ante un grupo de rock abisal llamado Morphine, pues sólo en las profundidades del esquema tradicional del rock se puede rastrear un origen producto de un creador genial, un auténtico compositor de algo que quizás otros soñaron, un viaje submarino de muchas leguas marinas en el que la paz espiritual es sólo una de las múltiples emociones sugeridas, y, desde luego, anheladas por muchos.
PRIMERAS NOTICIAS
Las primeras noticias de un trío llamado Morphine se tienen a principios de 1990 en Cambridge, Massachusetts. Mark Sandman (bajo de dos cuerdas, voz, ‘’tritar’’, guitarra, órgano) y Billy Conway (batería) habían coincidido en Treat Her Right -su música puede escucharse en el recopilatorio «This Is Fort Apache»-, mientras Dana Colley (saxos varios) procedía de Three Colors. Hasta 1992 no habrá muestras sonoras palpables del talento de este trío en las cercanía de Boston.
El álbum de presentación, titulado «Good», contiene las primeras maniobras de un grupo que es un estilo en sí mismo, algo tan difícil como inusual, un proyecto sonoro que logra no dejar indiferente a quien lo escucha. Entre las doce canciones de este primer elepé aún se adivina cierta falta de cohesión, lo cual no es óbice para que se encuentren sin dificultad motivos de regocijo ante creadores apasionantes. El seductor feeling de «You look like rain», balanceada a través de la calidez del saxo; el instrumental «Lisa», un solo de saxo que parece una especie de homenaje a la pizpireta hermana de Bart Simpson; la hipnótica «The only one»; el misterioso tema «The other side», con un embriagador saxo; la presión sostenida en el redoble de caja de «Test-tube baby/Shoot’em down»; la taciturna «The saddest song», son sólo algunos de los ejemplos contenidos en un álbum debut donde ya se adivinaban las virtudes que harían de Morphine un punto de referencia en la ascensión del rock alternativo a principios de los 90.
Un sonido emocional, oscuro, sugerente, intenso, emanaba de su repertorio y los primeros reconocimientos -como, por ejemplo, el «álbum independiente del año» en los premios de la música de Boston- comenzaban a llegar. Morphine desarman los tópicos, transgreden las normas con tan apacible naturalidad que cualquiera podría caer en la tentación de creer que lo suyo es algo fácil. Coser y cantar…
Sin embargo, hasta que se publica «Cure For Pain», su segunda entrega, las intuiciones no habían alcanzado esa fiabilidad que el nuevo elepé otorga. Constituye una prueba definitiva no sólo de su talento, sino de las posibilidades de su singular estilo. Es entonces cuando la enigmática figura de Mark Sandaman pasa a ser el centro de atención de aquellos interesados en desvelar los misterios ocultos en las crípticas texturas del trío de Massachusetts. ¿Qué importa que Sandman condujese un taxi, trabajase por diversos estados norteamericanos o que viajase en barco? El líder de Morphine elude una comparación que nos llevaría, a todos los aficionados a la novela negra, a situar su nombre al lado de Jim Thompson. Pero, antes de que la caza de brujas pueda alcanzarles, Morphine refuerzan su propia entidad con nuevos argumentos.
Para «Cure for pain», la canción, Sandman se inspiró en una foto en la que se veía a varios políticos bebiendo champán y brindando por vencer en su batalla contra las drogas. Sutil e irónico, lúcido pero realista, misterioso pero desprovisto de la glamourosa luminosidad de las estrellas rockeras, el atractivo surge de la propia inteligencia con que saben expresar tantos matices. «Thursday» es un relato negro envuelto en un bajo opresivo al que suman saxos tanto o más aplastantes que los sonidos transmitidos por las dos cuerdas. «Por supuesto que el dolor es disfrutable», afirma Sandman, dándole la vuelta a la tortilla del placer y el dolor. En «Cure for pain» suena sarcástico pero victorioso: «Cuando haya una cura para el dolor, ese será el día que tiraré las drogas». «El amor es la mejor de las drogas», declara. «Todos somos diferentes, únicos. Algunos quieren enamorarse durante un mes, tener a alguien cerca y luego dejarlo. Decir que estaban equivocados y abandonar». Tantas explicaciones llegan a cansar y la opción es permanecer en lo alto de una torre de márfil manteniendo cierta distancia con respecto al hecho creativo en sí. «Me gusta la consistencia. Estoy en mi intimidad y no me enamoro fácilmente», dice Sandman. Puedo compartir esa sensación, Mark, te lo aseguro.
El caso es que cinco canciones de «Cure For Pain» forman parte del filme independiente «Spanking The Money», película aplaudida en el Sundance Festival de 1993, lo que también ayuda a expandir su encanto. «Mary won’t call my name?» coquetea próxima al feeling del jazz, lo mismo que ese estremecedor homenaje que es «Miles Davis funeral». Por su parte, «Buena», es el ejemplar sobresaliente para la captación de cualquier duro de oído. Las perlas corresponden a la preciosa «Candy», inocencia descrita en un tema excelente, y a la inaudita «In spit of me», donde el despecho consigue resolverse sin un sólo viento. Sonando confidencial e íntimo, desprovisto del saxo, este último tema encuentra otro rumbo para demostrar el talante de exploradores en busca de nuevas experiencias.
GIRA MUNDIAL
La consecuencia es inmediata: gira mundial por dieciséis países, hasta la llegada en 1995 de «Yes», la rotunda confirmación de un proyecto que está explotando todas y cada una de las posibilidades de un estilo propio, irrepetible. Han ganado la batalla, es difícil que sus propios experimentos puedan ya considerarse un testimonio aislado, pues hay ya un crisol de sensaciones que van en aumento a cada nueva canción. «La comunicación entre tres personas favorece muchas cosas. Propicia una mayor energía y fluidez. No necesitamos guitarras ni teclados, podemos irnos por la tangente en cuanto queramos. Algunas canciones no tienen arreglos terminados, o sea que, cuando estamos en directo, se puede decir que funcionamos a nivel telepático», confesaba Sandman en una entrevista de 1994, publicada en RUTA 98. Asimismo le gustaba decir que en su música había espacios abiertos suficientes como para que el oyente encontrará sus propios caminos y respuestas, satisfaciera sus propias necesidades físicas y espirituales.
Superada la prueba de los rigores que los tours mundiales acostumbran a imponer en los menos preparados para ellos, Morphine no sólo han llegado a la madurez, sino que se encuentran en plena gloria, con sus capacidades al máximo de rendimiento. Por primera y única vez prescinden del breve e inquietante prólogo instrumental para mostrar de salida una fuerza sin paliativos: «Honey white», un tema donde todo el grupo brilla desde el hallazgo de un estribillo -que conjuga la faceta oscura y obsesiva con unos vientos supremos- rematando una canción irresistible, uno de esos singles por los que tantos cazatalentos hubieran dado la vida. Ahondando en este fenomenal álbum de afirmativo título descubrimos el potencial de canciones como «Super sex», donde Sandman, casi recitando, logra ensamblar los elementos de la seducción con los fantasmas que giran alrededor de muchas relaciones sexuales (rock’n’roll-discoteca-whisky-cigarrillos-taxi-hotel).
La capacidad de síntesis se sumerge en el lado oscuro y allí sobresalen sin dificultad el sombrío y amargo «I had my chance», la inquietante «The jury», la experimental y frenética «Sharks», la romántica desnudez de la historia de desamor que es «Gone for good» -donde ‘’tritar’’ y voz resuelven el asunto con brillantez y sin problemas- o la torturada «Free love». «Amor libre… ¿qué es eso?», se oye en esta última. Son preguntas cuya única respuesta la ofrece un saxo desaforado, un bajo crujiente, una dinámica batería. Una vía austera pero más clarividente que todas las superproducciones del mundo. El antídoto definitivo a la sobresaturación tecnológica, un paseo por los terrenos donde la instrumentación natural, y las vibraciones del cuerpo, se imponen al tecnicismo simplista que resuelve sin problema cualquier atisbo de duda compositiva.
Estamos ante la destilación de un estilo donde los estereotipos pierden fuerza, aunque una relación turbia descrita por Patricia Highsmith en sus «Relatos Misóginos» podría resultar la más certera para encontrarles imágenes. Los voluntarios en ese terreno, el de la literatura vertida al cine, son legión y las relaciones de Morphine con la industria cinematográfica se intensifican: la magnífica «Beautiful girls», de Ted Demne, les busca un hueco para un tema que curiosamente no saldrá en el disco de la banda sonora; «Cosas que Hacer En Denver Cuando Estás Muerto», «Malas Compañías», «Get Shorty» y «Postales Desde América», son otros de los largometrajes beneficiarios de su capacidad de sugestión.
TOCANDO TECHO
Los grandes festivales se los rifan: Glastonbury, Reading y Roskilde les acogen, durante 1995, con los brazos abiertos. Lo mismo les ocurrirá al llegar a Boston, donde reciben el galardón de sus conciudadanos, ese que augura popularidad a tu vida cotidiana. La pregunta es obligada: ¿han tocado techo tras «Yes»? En «Scratch» responden a esta cuestión: «Una vez estuve sentado en la cima del mundo, tenía realmente cosas entre manos, pero algo empezó a ir mal. No sé bien el qué y ahora estoy sentado en casa solo…». Las canciones pueden explicar por si solas muchas de las inquietudes de un artista. Pero no, claro, el techo no tiene porque tener límites, aunque todos sepamos que no es infinito. Si uno agota sus posibilidades es por la mencionada falta de madurez que impide saber asimilar la gloria en bocanadas y no a lo bestia.
Y así, manteniendo la respiración correcta, braceando con la sincronía adecuada, es como llegamos a «Like Swimming», aparecido en 1997. El aire desértico, un aroma a droga africana, se percibe desde el instrumental «Lilah». «Early to bed» posee esa rotundidad necesaria para ser el tema de enganche a las masas y un nuevo experimento, ya que son los teclados quienes se incorporan -de una manera aún tímida pero efectiva- al conjunto, que se muestra bien engrasado y con múltiples opciones. Emergen ejercicios cercanos a las texturas jazzy («Whishing well»), obsesiones de aplastante resolución conectadas directamente con la serie negra («Murder for the money», «Eleven o’clock»), más crímenes («Hanging on a curtain»), culpabilidad («Empty box») o el ya clásico movimiento en el que se prescinde del saxo para alcanzar cimas minimalistas pero de extraordinario poder de atracción («Swing it low»). Todo un muestrario de las múltiples posibilidades de unos creadores en estado de gracia, en fase de plena consagración.
Para rematar el regocijo, sus adictos -sólo esos podrían ser sus fans- reciben a continuación el regalo de una acertada, y por momentos sorprendente, recopilación. «B-sides And Otherwise» explora en las profundidaes del grupo para rescatar pasmosas piezas con las que completar el alucinatorio retrato de una de las más peculiares formaciones que han invadido el repetitivo y conservador universo rock. Desde el dinamismo de «Mile high» a la orfebrería guitarrera de la eminente «Bo’s veranda», pasando por las atmósferas cargadas de imágenes distorsionadas de la pesadillesca «Down love’s tributaries» o las narcóticas «Kerouac», «Mail» y «My brain». Una compilación para auténticos devotos de Morphine. «Juegos Salvajes» será su penúltimo coqueteo con el cine, filme donde vuelven a resultar tan reveladores como de costumbre…
Como un extraño rito de amor, la historia de Morphine tiene un final agridulce. Pendiente aún de publicarse su nuevo álbum, Mark Sandman muere en plena actuación en Palestrina, cerca de Roma, desplomándose ante el público -unas 2.000 personas- tras haber tocado cuatro canciones. Interpretado como un gesto escénico del líder de Morphine, esos minutos sin duda resultaron trascendentales para no poder recuperarle del ataque cardíaco que había sufrido. Queda la música de un grupo visionario que se adelantó al nuevo milenio pero no pudo seguir creciendo.
Aunque muy posiblemente veamos alguna colección más de grabaciones conocidas e inéditas, el trío inevitablemente desaparece con su cabeza, ese «bohemio a la vieja usanza que se deleitaba en injuriar lo moderno», como le definió un amigo. Para él, se acabó el dolor.

MANOLO D. ABAD