lunes, 20 de julio de 2009

(San) Michael Jackson (2).


La histeria generalizada que campa a sus anchas por este siglo XXI ha encontrado en la muerte del ídolo de barro de la música de consumo Michael Jackson el emblema de la retorcida sociedad que se muestra a través de la dislocada pantalla de los medios de comunicación. Con un despliegue superior al de un jefe de estado, se escenificó su funeral como otro escalón más de la recuperación de una memoria que, a poco que se rasque, resulta de lo más sórdido. Pero aquí se trata de vender: el pasado y el futuro. Me alegré de la legislación española sobre menores cuando vi a la hija de Jacko dar sus primeros pasos en el mundo del espectáculo, bien secundada por un clan siniestro, abyecto. Digo que me alegré porque en nuestro país no sería posible ver el rostro de la menor. ¿Es que no escarmientan? ¿Es que los Jackson, no contentos con haber destruido la infancia de muchos de sus miembros, pretenden continuar la tarea con esta pobre niña...? Niña que también sirve para alimentar la incontenible bola de nieve de rumores: ¿Es realmente su hija? La basura se hace un hueco para extraer más migajas millonarias de los incautos que piquen en el indigesto nuevo culto.
En cuanto a los medios de comunicación, los mismos que habían propuesto primero el linchamiento masivo del pederasta, posteriormente, el olvido de tan siniestro personaje, acabado en lo poco creativo que un día tuvo e inmerso en un presente caótico e indigno, esos mismos medios de comunicación emprenden la loa desmesurada, hiperbólica, de sus hazañas. Porque de música nada, oiga. Se quedan en la superficie, como la mayor parte de las veces, en la anécdota, en el chascarrillo, en la explotación de la superficie, en ese sensacionalismo ya asumido por desgracia y totalmente indigesto para cualquiera con dos dedos de frente. Tengo una recopilación de barbaridades escritas o dichas al respecto, pero no deseo aburrirles más de la cuenta con ello. No puedo, sin embargo, obviar la de un sujeto que hablaba del buen gusto de Jackson, ¡por haber comprado los derechos de las canciones de los Beatles! Una vez más, confundiendo churras con merinas. Recuerdo, además, la poca gracia que les hizo a los componentes vivos del grupo británico dicha adquisición...
Y el proceso de canonización del infausto personaje camina viento en popa a toda vela, claro. Si no, al tiempo.