jueves, 22 de abril de 2010

Mañana de librerías



Aprovechando la soleada mañana y con el trabajo pendiente ya liquidado, decidí buscar un libro que necesitaba con bastante urgencia para un artículo que había comenzado a preparar unos días antes. Estaba bonito Oviedo bajo el sol primaveral. Los empleados municipales colocaban hermosas flores de múltiples colores que, en unas noches, serían arrancadas por los muchachos y muchachas entregados a cualquier botellón de finde. El horizonte de la calle Uría, visto desde la estación de tren, proclamaba una imagen grandiosa de la ciudad.
Mi primera parada la realicé en una librería donde suele haber un buen stock, lo cual para un libro editado hace un lustro podría resultar crucial. Mis datos están en el ordenador y aproveché para comprobar si había llegado un libro de Patxi Irurzun que había solicitado hacía un par de meses. La amable empleada se sorprendió del tiempo de demora en mi solicitud e hizo una llamada. Gracias a la misma, el libro me llegó a los tres días. Sin embargo, con el que necesitaba con tanta urgencia no hubo suerte. "Está descatalogado, te recomiendo que busques por alguna otra librería a ver si aún lo tienen", concluyó la librera. Dirigí mis pasos hacia la plaza de Riego, lugar de mi segunda parada. Me sorprendió ver la librería vacía, algo extraño en ese establecimiento con frontera en un trozo de muralla, siempre enigmático, como una especie de pórtico al Oviedo Antiguo. Allí trabajan las más bellas dependientas de la ciudad y una de ellas me saludó con una sonrisa. Comprobó los datos en el ordenador. Nada, no hubo suerte. Lástima. Encaminé mis pasos calle del Peso arriba hacia mi tercer intento de la mañana. En el establecimiento una pizpireta pero ya madura mujer que conocía de la nocturnidad contemplaba un montón de libros infantiles sin dejar de hablar con la librera. Permanecí unos diez minutos, ignorado por completo, absorto en los títulos que se ofrecían ante mí. Ninguno me interesaba nada. Por fin, la dependienta se dignó a preguntarme lo que deseaba. Al decírselo me contempló como si fuera un especimen extraño de alguna forma de vida inteligente en vías de extinción. Tocó una tecla del vetusto ordenador y me despachó con rapidez mientras se dirigía a la conversación con la vieja conocida (que aún no había comprado nada y mucho dudo que llegase a hacerlo). Me sorprendió que apretando sólo una tecla pudiese saber si tenía entre sus existencias el libro de un autor con un nombre de seis letras y un apellido de otras seis, pero lo cierto es que me hizo sentirme tan incómodo que sólo deseaba franquear la puerta e irme de allí. ¡Y pensar que mi madre solía ser una habitual de esa librería! Pues nada, a continuar la búsqueda. La recoleta plaza del Ayuntamiento me dio la bienvenida repleta de grupos de turistas. Me dieron ganas de realizar una parada técnica, tomarme un pincho y un vinito, pero desistí. Era viernes y necesitaba cuanto antes ese libro, resultaba crucial para mi artículo. Continué por la calle Cimadevilla hasta llegar a mi cuarto destino. Volví a citar nombre y obra, incluso la editorial y, cuando ya pensaba en cogerme un tren a Gijón, héte aquí que la empleada me dice que, en una semana, me lo pueden tener. "Es que hoy es viernes y hasta el lunes no lo podemos pedir", adujo. Tecleó mis datos y me dijo que me avisarían en siete días, aunque luego la espera fue menor, pues lo tuve ese jueves. Al salir, satisfecho y con el objetivo de un buen pincho con un vinito, no dejé de pensar en cómo cualquier otra persona con menos urgencias se hubiera rendido ante el título buscado y habría elegido otro. O, sencillamente, habría disfrutado de la soleada mañana en una coqueta terraza.