Y también había pensado en cómo la mente cambia de método, instintivamente, cuando se viaja. Los ojos fijos en un punto lejano, inalcanzable, mientras uno se ocupa de la conducción que, aparentemente, no tiene nada más que ver con el punto de destino: el volante, las paradas para repostar, el trabajo con los pedales; y el tiempo mismo, desplegándose como una llanura, una especie de sabana, un horizonte portátil, casi desaparece.
Ésta también era una descripción, tan buena como cualquier otra, de la vida que Alouette –y por reflejo también yo-, tendría que afrontar en los próximos meses.
Quizás y, a pesar de todo lo que decimos sobre los cambios, la redención o el crecimiento personal y de todas nuestras dependencias –de los terapeutas, de la religión, de las drogas que alteren nuestra conciencia, tanto legales como no- estamos condenados a repetir, simplemente, los mismos patrones una y otra vez y los vestimos con ropajes diferentes, como niños que juegan, para fingir que no los reconocemos cuando nos miramos al espejo.
James Sallis. "Mariposa de noche". Ed. Poliedro, 2003.