lunes, 8 de febrero de 2010

Entrevista con Edward Bunker (II)



-Durante esa adolescencia delincuente encontró a Louise Fazenda Wallis, la esposa del célebre editor Hal Wallis ("Casablanca", "Valor de ley", "El Halcón Maltés"…) que le acogió bajo su protección. ¿Cómo transcurrió ese cuento de hadas"?

Estaba en la cárcel para menores de Lancaster. Era una institución reservada par los de dieciocho a veinticinco años. Apenas tenía quince años cuando me enviaron allí. Me quedé unos meses: la represión aumentó y también mi revuelta. Los guardias me hicieron de todo: golpes, privación de comida, gases lacrimógenos… Se solucionó ante los tribunales. El juez me consideró culpable de indisciplina crónica y me trasladaron al L. A. Country Jail, la verdadera cárcel del Condado. El abogado que me representaba en el juicio conocía a la señora Wallis… Cuando murió en 1960, las necrológicas publicadas en el "L. A. Times" decían que era "el ángel de Hollywood"… Era una mujer rara. Procedía de la clase obrera. Em pezó trabajando en el cine en 1915 porque sabía conducir. En aquella época, las mujeres que sabían conducir eran escasas. Por ello, Mark Senté la contrató y se convirtió en una star de los Keystone cops. Cuando encontró a Hal Wallis, sólo era un empleado del departamento de promoción de los estudios. Ella era la star. Su tragedia fue que no podía tener hijos. Cuando se enteró de ello, decidió dedicar el resto de su vida a los demás. No a través de organizaciones caritativas, sino individualmente, caso por caso. Mi abogado le habló de mí.

-Concretamente, ¿qué hizo por usted?

La primera vez, nos paseamos en coche. Era bastante curioso. Tenía la impresión que quería que asesinase a su marido, o algo por el estilo. A pesar de mi edad, captaba muchas cosas, pero, en ese caso, la cosa era ambigua. ¿Estaba buscando un amante? ¿Deseaba tirarse a un jovencito? Al principio, no entendía ni jota. Pero le debo muchísimo. Fue la primera persona que me enseñó que existía otra vida. Me llevaba con ella a los lugares de la jet. Veía a William Randolph Hearst en persona, ¡unos meses antes de su muerte! ¡Estuve en el castillo de San Simeón el día de su muerte! Pero todo eso, no logró arrancarme del hampa. Ella tenía su vida, y yo la mía, nuestros encuentros sólo eran cortos momentos de evasión para mí. Estaba con ella unas horas, a veces unos días, pero luego regresaba a las calles calientes de Downtown… Tenía dieciséis años y frecuentaba a las putas, los macarras, los rateros, todos mayores y más "maduros" que yo. Un día me arrestaron por tráfico de hierba. Hubo una persecución y empotré mi coche en el cruce de Rossmore y Beverly Boulevard. De paso, me llevé por delante otros tres coches y una camioneta. Estaba listo para otra estancia en la cárcel del Condado. Fue una gran ironía vivir esto en las calles de Hollywood. Todo lo que esta ciudad ingenia para fabricar falsamente y para hacer soñar a la gente, yo lo vivía de verdad.

-Durante los años que frecuentó a Louise Wallis, ¿cómo reaccionaba su marido y su entorno hollywoodiano?

La veía a solas, nunca me encontré con Hal Wallis. Tal como ya le he dicho, al principio, desconfiaba de ella, me preguntaba por qué hacía todo eso por mí. Hasta entonces, estaba más bien acostumbrado a no fiarme de la gente, a no esperar nada bueno por parte del prójimo. Era demasiado duro, demasiado cínico. Entonces no me di realmente cuenta de su bondad, de su sinceridad. Encontré a la Sra. Wallis en el momento oprtuno. Había llegado a tal punto en la intensidad de mi rebelión que tarde o temprano me habría matado o me habrían matado. La Sra. Wallis me hizo descubrir aspectos de la vida, lo que me ayudó a frenarme, a calmarme aunque sólo fuese un poco. No es tan fácil cambiar, aunque se esté motivado. Empecé a escribir en aquella época. La Sra. Wallis me regaló una máquina de escribir y, ya ve, pasaron años y años hasta que me convertí en escritor. Cuando acabó mi primera condena en el penitenciario, tenía veintitrés años y me di cuenta que si bien ya no estaba encerrado tras unos barrotes, estaba, sin embargo, excluido de la sociedad. Lo que consiste igualmente en otra forma de encarcelamiento. Ya no tenía socialmente ninguna oportunidad de levantar cabeza, estaba condenado a curros de supervivencia, a los trabajos mediocres y sin interés. No podía conformarme con esto, más valía volver a la delincuencia. Así que no me quedaban muchas soluciones: o me convertía en criminal o en autor. Durante mucho tiempo estuve en la situación del escritor que se autoevalúa. Era algo muy consciente. Observaba mi vida al mismo tiempo que la vivía. Bunker, el escritor, escrutaba a Bunker, el criminal. No pensaba que se tardaba tanto en convertirse uno en un verdadero escritor que publica.

-Comentaba que, al principio, era un lector voraz pero sin rumbo. ¿Fue en la época de Louise Wallis y de su primera estancia en el penitenciario cuando empezó a apreciar a los autores que leía?

Absolutamente. Me enviaba la edición del domingo del "New York Times", en la que viene la sección de libros. Descubría críticas detalladas, debates estéticos, y entrevistas a autores o especialistas… Después de cada lectura, iba corriendo a la biblioteca para leer a los escritores de los que hablaba el "New York Times". Y, créame, leía mucho. De media, tres o cuatro libros por semana, durante años. No me encantaba todo; poco a poco, me hacía más selectivo. Cuando empecé a escribir estaba influenciado por los novelistas americanos urbanos: gente como John Dos Passos, James T. Farell… El mejor, según mi opinión, era Theodore Dreiser, el novelista americano del siglo. No es que sea un tenor con su estilo, su inglés es incluso a veces limitado, pero al cabo de cuarenta páginas, uno está verdaderamente inmerso en el corazón mismo de la vida. Es un autor con una impresionante potencia.


Segunda parte de la entrevista con Edward Bunker realizada por Sergio Ramón Zárate y publicada en el número 4 de "Los Inrockuptibles", mayo de 1992.