Julia Navas Moreno (Avilés, 1966). Es escritora y licenciada en Historia del Arte. En 2014, publica su primera novela Esperando a Darian (Hades), y, un año más tarde, su primer libro de poemas Confieso que he perdido el miedo (Hades), dramatizado por la compañía valenciana Teatro Círculo. Ombligos y universos (Canalla Ediciones, 2016) es su segundo poemario. Participa activamente en recitales y actividades culturales de Gijón, su ciudad de acogida, y sus poemas han aparecido en revistas como Absenta en el monográfico Nosotras, Cronopios, Susurros a medio pulmón...
También ha colaborado en diversas antologías: Versos para bailar o no y la banda sonora, Histeria, Poemas contra el olvido, Palabra de Argonauta, Yo soy de Quini, Antología de poesía Viejoven. Y con relatos en libros colectivos como: Habitación 2019, De Vinos, Cocina en su tinta, Fuera de guión, Miedos.con el proyecto editorial Alternativas. Compartiendo historias recoge el relato ganador del concurso convocado por la Concejalía contra la Violencia de Género del Ayuntamiento de Terrassa. La música es una parte de su latido vital y ha hecho reseñas y reportajes para la revista Future Magazine y participado en la biografía sobre los Kinks de Iñaki Galera y Manuel Recio Atardecer en Waterloo.
En junio de 2018, presentó su nueva novela ¿Qué hay en una habitación vacía? (Canalla Ediciones) y su libro de poemas Simulacro (Canalla, 2019).
-¿Cómo son tus días de confinamiento? ¿A qué dedicas todas las horas por delante del día?
Me gustaría decir que estoy aprovechando estos días, en los que todas las horas nos pertenecen, escribiendo y leyendo, pero te mentiría. No he perdido la costumbre de madrugar mucho para intentarlo; son las horas del día donde la quietud y el silencio lo hacen más propicio: los niños se levantan muy tarde y tengo casi toda la mañana para mí. Pero desayuno mirando el facebook y... me quedo allí huyendo de la página en blanco. La primera semana entré en frenesí de poner la casa a punto, limpiando, ordenando; ahora, simplemente, disfruto con los míos del placer de estar juntos. Mi hija mayor estuvo muchos meses ingresada y, en estas circunstancias, ha vuelto con nosotros, así que recuperamos el tiempo perdido y nos pasamos la tarde viendo película, bailando con Wii, jugando a las cartas... También he retomado el placer de cocinar sin prisas, esmerándome más en cada guiso, haciendo la masa de las pizzas y buscándome la vida con las croquetas al no tener las de mi suegra y mi madre. La verdad es que están siendo unos días placenteros dentro de la preocupación y la incertidumbre. Intento que no me invadan pensamientos aciagos, la angustia. Los meses anteriores han sido muy duros y, ahora, con toda la familia en casa, me siento bien y con fuerzas para afrontar lo que venga.
-¿Cómo es el lugar donde vives?
Vivo en una casa de tres plantas, con un bonito patio, así que, lo sé, soy muy afortunada -no a la hora de limpiar, claro-. No nos ha tocado la lotería ni tenemos "sueldazos"; todo lo contrario,... Esta casa es el resultado de una lucha titánica de diecisiete años en los que restauramos otra a punto de caerse mientras la habitábamos y que nos permitió adquirir la actual. Menos el tejado, nosotros, con ayuda de familiares y amigos, la rehicimos entera. Hecha esta aclaración, reconozco que vivir en muchos metros nos permite dispersarnos y no agobiarnos demasiado. El patio casi que no lo usamos; estos espacios no resultan demasiado útiles con el clima asturiano y soy más de interiores... Algo que yo y mis rodillas estábamos a empezar a odiar son las escaleras, lo que ahora se agradece. La casa está en un barrio muy tranquilo que, más bien, parece un pueblo; no es una zona residencial de esas donde la gente solo vive de puertas para dentro.
-¿Qué es lo que más has añorado hacer en estos días y lo que menos?
Lo que más añoro es poder ir a visitar a mis padres. En marzo han sido sus cumpleaños y es duro saber que pueden correr peligro y no estar cuidándolos en estos momentos. Mis hermanas viven más cerca y son las encargadas de llevarles lo que necesitan. Poco más... Llevaba una temporada de casa a los hospitales y de los hospitales a casa y era reacia a la vida social. No me apetece mucho salir. Me preocupa que mis hijos no estén echando de menos la calle; están inmersos en sus dichosas pantallas y se comunican con sus amigos como si nada de esto les afectara. Aquí nadie se pelea por sacar a mi perrita. Por un lado, está bien, pero intento, sin alarmarles demasiado, que tomen conciencia de lo que está pasando y de lo afortunados que son, abastecidos de todo. Pero yo, si a sus edades -son gemelos de catorce años- tengo que pasar más de dos días encerrada en casa, me hubiera dado algo. Siempre fui una callejera impenitente. Son otros tiempos... También echo de menos caminar, no coger el bus e ir al centro de Gijón andando.
-¿Crees que habrá un "antes" y un "después" tras el confinamiento?
Pienso mucho en las consecuencias del después, del ahora mismo para la gente que vive al día, que no está teniendo ingresos, pero sí gastos. Y me digo, deseo, que esto nos haga reflexionar y nos convirtamos en una sociedad más empática con los que llevan tiempo sufriendo. Hay para todos, pero es tiempo de repartir, de que las desigualdades sociales no sean tan impúdicas y las necesidades básicas sean tan sagradas. Se ha hecho evidente que la Seguridad Social es algo con lo que no se puede escatimar y que los políticos tienen que ser nuestros títeres, no al contrario. Veo las noticias, los gestos de solidaridad y tengo esperanza, pero también me digo que el egoísmo es nuestra seña de identidad. Sería hermoso que, por fin, la Utopía empezara a ser realidad. El mundo se ha parado. ¿Y si...?
-¿Qué será lo primero que harás cuando se acabe el confinamiento?
Ayer se lo decía a mi hija mayor: calzarnos lo más cómodo que tengamos e ir a Gijón y volver andando. Unos siete kilómetros. También sacudirme esa apatía en la que me encontraba; salir de la zona de confort, de mis problemas, y quedar con mis amigas para comer, beber y echar unas risas. Y, por supuesto, abrazar a mis padres fuerte. Muy fuerte.
MANOLO D. ABAD
Foto: ALEJANDRO NAFRÍA
En junio de 2018, presentó su nueva novela ¿Qué hay en una habitación vacía? (Canalla Ediciones) y su libro de poemas Simulacro (Canalla, 2019).
-¿Cómo son tus días de confinamiento? ¿A qué dedicas todas las horas por delante del día?
Me gustaría decir que estoy aprovechando estos días, en los que todas las horas nos pertenecen, escribiendo y leyendo, pero te mentiría. No he perdido la costumbre de madrugar mucho para intentarlo; son las horas del día donde la quietud y el silencio lo hacen más propicio: los niños se levantan muy tarde y tengo casi toda la mañana para mí. Pero desayuno mirando el facebook y... me quedo allí huyendo de la página en blanco. La primera semana entré en frenesí de poner la casa a punto, limpiando, ordenando; ahora, simplemente, disfruto con los míos del placer de estar juntos. Mi hija mayor estuvo muchos meses ingresada y, en estas circunstancias, ha vuelto con nosotros, así que recuperamos el tiempo perdido y nos pasamos la tarde viendo película, bailando con Wii, jugando a las cartas... También he retomado el placer de cocinar sin prisas, esmerándome más en cada guiso, haciendo la masa de las pizzas y buscándome la vida con las croquetas al no tener las de mi suegra y mi madre. La verdad es que están siendo unos días placenteros dentro de la preocupación y la incertidumbre. Intento que no me invadan pensamientos aciagos, la angustia. Los meses anteriores han sido muy duros y, ahora, con toda la familia en casa, me siento bien y con fuerzas para afrontar lo que venga.
-¿Cómo es el lugar donde vives?
Vivo en una casa de tres plantas, con un bonito patio, así que, lo sé, soy muy afortunada -no a la hora de limpiar, claro-. No nos ha tocado la lotería ni tenemos "sueldazos"; todo lo contrario,... Esta casa es el resultado de una lucha titánica de diecisiete años en los que restauramos otra a punto de caerse mientras la habitábamos y que nos permitió adquirir la actual. Menos el tejado, nosotros, con ayuda de familiares y amigos, la rehicimos entera. Hecha esta aclaración, reconozco que vivir en muchos metros nos permite dispersarnos y no agobiarnos demasiado. El patio casi que no lo usamos; estos espacios no resultan demasiado útiles con el clima asturiano y soy más de interiores... Algo que yo y mis rodillas estábamos a empezar a odiar son las escaleras, lo que ahora se agradece. La casa está en un barrio muy tranquilo que, más bien, parece un pueblo; no es una zona residencial de esas donde la gente solo vive de puertas para dentro.
-¿Qué es lo que más has añorado hacer en estos días y lo que menos?
Lo que más añoro es poder ir a visitar a mis padres. En marzo han sido sus cumpleaños y es duro saber que pueden correr peligro y no estar cuidándolos en estos momentos. Mis hermanas viven más cerca y son las encargadas de llevarles lo que necesitan. Poco más... Llevaba una temporada de casa a los hospitales y de los hospitales a casa y era reacia a la vida social. No me apetece mucho salir. Me preocupa que mis hijos no estén echando de menos la calle; están inmersos en sus dichosas pantallas y se comunican con sus amigos como si nada de esto les afectara. Aquí nadie se pelea por sacar a mi perrita. Por un lado, está bien, pero intento, sin alarmarles demasiado, que tomen conciencia de lo que está pasando y de lo afortunados que son, abastecidos de todo. Pero yo, si a sus edades -son gemelos de catorce años- tengo que pasar más de dos días encerrada en casa, me hubiera dado algo. Siempre fui una callejera impenitente. Son otros tiempos... También echo de menos caminar, no coger el bus e ir al centro de Gijón andando.
-¿Crees que habrá un "antes" y un "después" tras el confinamiento?
Pienso mucho en las consecuencias del después, del ahora mismo para la gente que vive al día, que no está teniendo ingresos, pero sí gastos. Y me digo, deseo, que esto nos haga reflexionar y nos convirtamos en una sociedad más empática con los que llevan tiempo sufriendo. Hay para todos, pero es tiempo de repartir, de que las desigualdades sociales no sean tan impúdicas y las necesidades básicas sean tan sagradas. Se ha hecho evidente que la Seguridad Social es algo con lo que no se puede escatimar y que los políticos tienen que ser nuestros títeres, no al contrario. Veo las noticias, los gestos de solidaridad y tengo esperanza, pero también me digo que el egoísmo es nuestra seña de identidad. Sería hermoso que, por fin, la Utopía empezara a ser realidad. El mundo se ha parado. ¿Y si...?
-¿Qué será lo primero que harás cuando se acabe el confinamiento?
Ayer se lo decía a mi hija mayor: calzarnos lo más cómodo que tengamos e ir a Gijón y volver andando. Unos siete kilómetros. También sacudirme esa apatía en la que me encontraba; salir de la zona de confort, de mis problemas, y quedar con mis amigas para comer, beber y echar unas risas. Y, por supuesto, abrazar a mis padres fuerte. Muy fuerte.
MANOLO D. ABAD
Foto: ALEJANDRO NAFRÍA