Vetusta Blues. –
“Mi vida, tu vida, la vida”
Leía el pasado lunes en este periódico, en El
Comercio, un bonito reportaje de María Lastra en la sección “Un paseo por El
Fontán” sobre Rita María Tudela, que regenta en el popular mercado ovetense “Frutas
Rita María”. Narraba Rita María su vida, los episodios dolorosos (la enfermedad de su
madre, el desempleo) que la empujaron a lanzarse a la aventura de regentar su
negocio hace veinte años. “El Fontán es mi vida”, concluye, y a uno se le
ilumina el día al comprobar cómo mucha gente es capaz de volcar su mundo en
aquello donde se siente a gusto, capaz, realizado. Mal va una sociedad cuando
las personas capacitadas para un desempeño se ven excluidas de sus talentos.
Algo que ya se podía leer en la Biblia, con esa siempre inquietante “parábola
de los talentos” y que en nuestros tiempos se repite hasta la saciedad.
Peor es aún cuando has demostrado con creces tus
capacidades y te ves alejado de tu lugar por razones ajenas a lo que debería
ser el sentido común. Cuando entran en juego componendas políticas, venganzas
personales y la ineptitud general, el “todo vale” y esa serie de expresiones
resignadas para evitar la desesperación de verte abocado a abandonar lo que es
tu vida. Pero siempre ha de quedar ese valor de la lucha contra las
circunstancias negativas, como si fuese un proceso de endurecimiento para
probar si las convicciones son fuertes. Peor es tener que pelear contra esos
individuos ocultos que no sólo tratan de cuestionar los valores, los méritos,
sino que -alimentados por la envidia o la comparación de su incompetencia frente
a los méritos del adversario- pretenden bombardear con todo tipo de argucias –de
las personales a las profesionales- a quienes mostraron su talento. O
ningunearlos, que esa es otra de sus triquiñuelas. Tipos mezquinos que saben
cómo escalar en esos peldaños terrenales, lo que quizás sea su gran talento,
aunque no puedan evitar la frustración de ni ser ni de alcanzar el talento de
aquellos a quienes combaten con arteras armas ni, por supuesto, de descubrir la
satisfacción de sentirte realizado en lo que sabes hacer mejor.
En un mundo como el actual donde la corrupción es la
moneda de cambio, donde los únicos valores son los del dinero y la posición, en
el que el talento más importante es el de la capacidad para la mentira, la
ascensión política o social, la apariencia, resulta gratificante descubrir a
las personas que logran convertir su vida en un objetivo honrado, ya sea desde
su puesto de frutas, ayudando a los demás, tocando música o escribiendo. Ellos
y ellas son quienes plantean el desafío a esta sociedad despiadada, descreída y
absurda, donde se penaliza al que trata de trazar su propio camino según los
dictados de su corazón, más allá de las poses sociales y de los valores en
boga, del status social y de la codicia imperante.
MANOLO D. ABAD
Publicado en la edición papel del diario "El Comercio" el sábado 6 de septiembre de 2014