Vinilo Azul. -
“La insoportable fiebre festivalera”
Abría
el Primavera Sound hace unas fechas la nueva fiebre musical: la
fiebre festivalera. Fiebre de macrofestivales cada día más
extendidos y cada vez con una mayor masificación. También,
añadiría, con una uniformidad extendiéndose como una capa de
mediocridad alrededor. Uno gustaba de convocatorias como el
“Intersecciones” que, durante años -gloriosos años- se
desarrolló en diversos lugares de Asturias. Sin masificaciones y con
una programación exquisita. Algún día habrá que efectuar un
balance de todo aquello con nombres propios. El olfato de José Luis
Cienfuegos permitió disfrutar de Dominique A, Gigolo Aunts, Soledad
Brothers, Josele Santiago o Chucho, por citar sólo algunos de los
que se detuvieron en Oviedo en unos años maravillosos para quien
desease paladear y contagiarse de un buen menú musical. Cómodamente,
sin masas maleducadas o en plena ebriedad.
Pero
no, el modelo que se ha impuesto es el de quienes no acuden a un
concierto el resto del año y gustan de dejarse ver en recintos
amplios con carteles interminables culminados en su cima por una
rutina tal que convierte a muchos en casi gemelos. En Asturias, el
Gijón Sound Festival supone una buena alternativa a la masificación.
Buscando un concepto más global que el de una maratón de
conciertos, con otras actividades como en su día hiciera el añorado
Oviedo Múltiple. Una alternativa quizás menos rentable, pero
muchísimo más cómoda para el espectador. Claro que, si hablamos de
comodidades y un entorno idílico, la gente de La Radio de cristal ha
dado en el clave con el Prestoso Fest, la antítesis de una
macroconvocatoria musical. Una vuelta a los orígenes, a aquellos
primeros FIB -cuando no se llamaban FIB sino festival de Benicàssim-
o al Serie B de Pradejón, bendita convocatoria riojana que tantos
buenas formaciones nos permitió disfrutar como Yo La Tengo, Gallon
Drunk o Luna, con un refinado olfato y en un entorno cómodo.
Los
nuevos tiempos son distintos. La música enlatada se ha convertido en
la gratis mercancia (sí, triste, mercancia gratis) estrella de todos
aquellos que se creen que los artistas son una especie de ser humano
que ni come ni tiene derecho a vivir ni, por supuesto, a cobrar por
su obra. Claro que, vista la última del ministro de Hacienda sobre
los escritores jubilados que deben elegir entre su pensión o sus
ingresos por su obra, uno ya da toda batalla por perdida. Y es que la
falta de respeto total por la cultura no puede sino conducirnos al
marasmo más absoluto. Y en esas estamos: encerrados en
macrofestivales recreativos donde todo importa menos la música, con
los derechos de autor por los suelos, sin cultura visible en los
medios, convertida toda manifestación artística en un acto de
supremo lujo y con la telebasura sin desaparecer de una vez.
Envueltos en una insoportable fiebre hedonista con memoria de pez en
un soñado paraíso con forma de macrofestival.
MANOLO
D. ABAD