Vetusta Blues. -
“Artículos y columnistas”
La
vida, a veces, te da sorpresas y a mí me la dio hace unos días con
el Premio de la Crítica de la Asociación de Escritores de Asturias
de Columnismo Literario. Formar parte de un elenco de premiados donde
figuran maestros como Luis Arias Argüelles-Meres o Francisco
García-Pérez supone un verdadero orgullo y, más aún, la enorme
responsabilidad de estar al nivel de tal honor. Por aquello de ser la
primera vez que recibía un premio empleé mi tiempo en los
necesarios agradecimientos a todas aquellas personas que han sido
cruciales en mi vida, empezando por mi madre y siguiendo por amigos
como Javier Lasheras y Rubén D. Rodríguez, además de, por
supuesto, quiénes han apostado por mí a lo largo de estos años
como el director de EL COMERCIO Íñigo Noriega o el que lo fuera del
añorado semanario “Les Noticies” Ramón Lluís Bande.
Más
allá de todo esto, al pensar en mi tarea como columnista, surgían
algunos temas para la reflexión. Vivimos tiempos de turbulencias, de
un inusitado movimiento en la sociedad, donde las diferencias se
acentúan de una forma escandalosa, al mismo tiempo que la clase
media -construida con tanto cuidado en todo el periplo democrático
español- va quedándose disminuida de tal manera que casi parece una
élite en sí misma. Una época de movimientos ante la que no debemos
permanecer inmóviles y que requieren cierto tipo de compromiso,
mucho más allá del puramente político. Un compromiso consigo mismo
y con su tiempo. El compromiso de contar con una voz propia a la que
acceden muchos lectores de este periódico. Una gran responsabilidad
que no debe ser escatimada en vano. El columnista no debe permanecer
aislado en su mundo, tratando de quedar bien ante los poderes
fácticos. No deberían convertirse los articulistas en unos guays y
sus columnas en fuegos fatuos donde sólo cupieran ocurrencias
tontas, falsonas pretensiones o burdas y presuntuosas obviedades con
las que buscar una autopromoción social o, quién sabe, profesional.
Vemos a muchos de estos ocupando espacios, a veces sumidos en un
cripticismo que ni ellos mismos podrían explicar, sólo tratando de
resaltar firma y foto para propulsarse social o profesionalmente
usando una plataforma atractiva como es la de un diario.
Lamentablemente, ahí están, camuflados en muchas páginas, buscando
como hábiles trepas un espacio con el que emerger más allá de su
rotunda mediocridad y de su absoluto interés (y del desinterés de
sus artículos y propuestas).
No,
el articulista, el buen articulista, se sitúa en la zona incómoda.
No es un "quedabien" más que trata de propulsarse socialmente sino de
un equilibrista que transita por una fina cuerda de acero, a expensas
de vientos a su derecha y su izquierda, tratando de mantenerse firme
sobre esa correa de metal por la que se deslizan con dificultad sus
pies. Un trayecto complejo pero muy distinto del de quienes pretenden
utilizarlo para un proyecto de autopromoción, desviación lamentable
que merecería la más cruel de las censuras, tanto de los lectores
como de quienes tratamos de ser dignos herederos de maestros como
Mariano José de Larra o Francisco Umbral.
MANOLO
D. ABAD
Publicado en el diario "El Comercio" el miércoles 20 de enero de 2016