Crónicas de Vestuario. -
“Carrera contrarreloj”
Estamos en el momento
decisivo de la temporada. Ese en el que no se debe dudar, en que la
fe ha de guiar cada camino, a cada persona y, por supuesto, al
colectivo. Ese momento en que da igual si los deberes estaban hechos,
los méritos acontecidos, lo que se haya podido poner a lo largo de
una campaña larga que ha dejado en las filas azules cicatrices y
zanjas de credibilidad que deben quedar en un segundo plano. La cima
está cerca y nada debería representar un obstáculo a la hora de
conseguir ese objetivo. Dejaremos los reproches para los días
aciagos o para cuando llegue el momento del balance. Pensaremos,
incluso, que David Generelo Miranda es Vicente Miera o Jabo Irureta.
Mejor no les recuerdo a Sergio Egea, ¿no?
Un resultado como el de
hoy nos hace concebir esperanzas. La esperanza lenta, como en esa
vieja canción de Nacha Pop. Esperanza al fin y al cabo, como el alma
azul que nunca se cansa, que jamás se morirá. Es la que veo en el
amigo de mi padre Santos Muñoz, quien a sus noventa y seis años
acude, fiel, cada día de partido, llueva o nieve. Está también en
Lucas, el pequeño chavalín vecino en la casa de mi madre -conectado
a una máquina cada noche para contrarrestar una terrible enfermedad-
cuya mayor ilusión es el destino del once azul y del que siempre
hablamos cada vez que nos encontramos en el ascensor, de camino o de
vuelta del cole. Piensen en ellos, porque esa es la energía que hace
grande la esperanza. Y ante el Mirandés ha reverdecido ese alimento
necesario, imprescindible para seguir adelante, un día más.
El Mirandés es uno de
esos conjuntos que venera el fútbol natural, el de la búsqueda
-casi desesperada- del gol, un equipo que honra al balompié y, a
veces, roza la gloria. Quizás los mimbres no sean los de otros más
atribulados, pero esa honestidad de los de Carlos Terrazas les ha
asegurado plaza en una tierra de lobos como la Segunda División,
donde priman los cuadros aguerridos, la destrucción y el orden casi
militar. Frente a eso, los de Miranda de Ebro se lanzan a la ofensiva
por centro, banda y aire como unos kamikazes japoneses en la II
Guerra Mundial. Objetivo: el gol. El Real Oviedo supo neutralizarles
con un buen cerrojo en el centro, las dosis de suerte necesarias y un
Rubén Miño providencial en una primera parte donde los dos equipos
golpearon a rostro descubierto, con la ventaja de que los ovetenses
ya habían hecho sus deberes de cara al gol con el tanto de Erice en
el minuto cinco.
La segunda parte nos
deparó hasta contraataques bien planteados -asignatura pendiente
toda la temporada- como el que culminó Borja Valle y el tiempo para
disfrutar de cierta placidez con la que hacer cuentas y alimentar las
esperanzas en esta carrera contrarreloj a la que se han empeñado las
circunstancias (la dimisión de Egea y la pretemporada de Generelo,
que ya parece haber pasado).
De modo que volvamos a
soñar. O a mantener la esperanza lenta en nuestro corazón. Decía
Martin Luther King Jr.: “Debemos aceptar la decepción finita, pero
nunca perder la esperanza infinita”. Vayan a Almería con la fe
necesaria que les conculcan tantos y tantos azules que, a pesar de
tantos reveses en las últimas ocho semanas, aún siguen creyendo,
aún esperan sin caer en la desesperación.
MANOLO D. ABAD
Reportaje fotográfico: JOSÉ LUIS GONZÁLEZ FIERROS
Publicado en el diario "El Comercio" el domingo 15 de mayo de 2016