Vinilo Azul. -
“La
música de Chus Fernández”
Hace unos días se fallaba el 37º Premio Tigre Juan, un galardón
ligado a la ciudad de Oviedo y en el que Chus Fernández competía
como finalista para alzarse con él. Finalmente, no pudo ser y la
argentina Samanta Schweblin se llevaba el premio que además llevaba
consigo una estatuilla del gran Jaime Herrero. Lamenté mucho que mi
querido Chus no se hubiera hecho con el galardón por un trabajo tan
hermoso como el de “Sin Música”, una obra singular como casi
todas las del escritor ovetense.
Hace muchos años que conozco a Chus, creo que fue poco después de
que ganara el Premio Asturias Joven por “Los tiempos que corren”
en 2001. O quizás antes. Resulta difícil, muchas veces, ubicarse en
el arranque de muchas relaciones de amistad, aunque resulten tan
estrechas como las que tuvimos Chus y yo al comenzar. Él llevaba un
fanzine magnífico -“Material de Desecho”- para el que colaboré
siempre que pude, y yo me encontraba envuelto en mis labores
editoriales y de dirección de la revista “Interferencias”, en la
que Chus participó también. Después llegaría su victoria en el
Premio Tiflos de novela por la estupenda “Defensa Personal”,
donde ahondaría en su particular y personal narrativa. Fernández
siempre tuvo un marcado estilo, algo propio, eso que tantos buscan y
sólo algunos encuentran. Recuerdo muchas lecturas a él debidas:
John Berger, John Fante o Félix Romeo, con el que acertó de pleno
cuando me dejó sus novelas “Dibujos Animados” y “Discotheque”,
que acababa de reseñar para mi revista. De aquella, también le
sometí a un tercer grado televisivo, en una de esas entrevistas para
un programa de Tele Oviedo de cuyo nombre prefiero no acordarme. El
jefe de la productora de aquel espacio televisivo siempre me
reprochaba que sólo traía a artista “alternativos”. Una década
después, ya vemos que su olfato no era precisamente el mejor...
Luego, unos años después, llegaría su gran aventura hostelera,
breve pero intensa. Tanto que marcó una peculiar época: el
Supernova. Uno de esos locales nocturnos donde la música brillaba
con luz propia y conducía a todos los que allí acudíamos en una
dirección común. La codicia de sus caseros le empujó al cierre
cuando había acondicionado en el piso bajo un espacio para
conciertos muy grato y, poco tiempo después, reapareció con el
proyecto de la Lata de Zinc, junto a otros inquietos activistas
culturales, además de continuar con los talleres literarios, otra de
las ocupaciones donde su semilla también se cultiva. Así que,
ahora, muchas veces, antes de los conciertos, mientras me sirve una
cerveza, hay tiempo para cruzar unas palabras, casi siempre de
música.
Aprecio mucho a Chus, que ha seguido su propio camino, no sólo
literario sino vital. Novelista íntimo, persona sociable, con esa
reserva bajo la que se esconde un poso profundo de sabiduría. Uno de
esos autores que ha sabido construirse su propio espacio, con una
fuerte personalidad y mucho que decir. Sin los fuegos de artificio a
los que estamos acostumbrados en otros artistas más atribulados que
pierden más tiempo enseñándose que escribiendo o empapándose de
vida al margen de los focos. Cuando le felicité por haber llegado a
esa final, días antes de su desenlace, en la previa del concierto de
los australianos The Drones -una pasión común- me comentaba que por
lo que más alegría le daba del Tigre Juan era por Elvira Navarro
-su editora- que había apostado muy fuerte por él. Envidia sana me
dio mi querido amigo Chus de haber encontrado valedores literarios,
algo tan difícil de hallar. Porque lo otro, conseguir lectores
fieles, “lo más difícil”, en palabras de Samanta Schweblin -su
rival en el Tigre Juan- es una batalla que el escritor ovetense va
conquistando día tras día, sin explosiones innecesarias, con la
continuidad que brinda a los artistas la posibilidad de hacerse
grandes.
MANOLO D. ABAD
Publicado en el suplemento "El Comercio de Oviedo" del diario "El Comercio" el domingo 6 de diciembre de 2015