domingo, 6 de diciembre de 2015

La música de Chus Fernández



Vinilo Azul. -
La música de Chus Fernández”

Hace unos días se fallaba el 37º Premio Tigre Juan, un galardón ligado a la ciudad de Oviedo y en el que Chus Fernández competía como finalista para alzarse con él. Finalmente, no pudo ser y la argentina Samanta Schweblin se llevaba el premio que además llevaba consigo una estatuilla del gran Jaime Herrero. Lamenté mucho que mi querido Chus no se hubiera hecho con el galardón por un trabajo tan hermoso como el de “Sin Música”, una obra singular como casi todas las del escritor ovetense.

Hace muchos años que conozco a Chus, creo que fue poco después de que ganara el Premio Asturias Joven por “Los tiempos que corren” en 2001. O quizás antes. Resulta difícil, muchas veces, ubicarse en el arranque de muchas relaciones de amistad, aunque resulten tan estrechas como las que tuvimos Chus y yo al comenzar. Él llevaba un fanzine magnífico -“Material de Desecho”- para el que colaboré siempre que pude, y yo me encontraba envuelto en mis labores editoriales y de dirección de la revista “Interferencias”, en la que Chus participó también. Después llegaría su victoria en el Premio Tiflos de novela por la estupenda “Defensa Personal”, donde ahondaría en su particular y personal narrativa. Fernández siempre tuvo un marcado estilo, algo propio, eso que tantos buscan y sólo algunos encuentran. Recuerdo muchas lecturas a él debidas: John Berger, John Fante o Félix Romeo, con el que acertó de pleno cuando me dejó sus novelas “Dibujos Animados” y “Discotheque”, que acababa de reseñar para mi revista. De aquella, también le sometí a un tercer grado televisivo, en una de esas entrevistas para un programa de Tele Oviedo de cuyo nombre prefiero no acordarme. El jefe de la productora de aquel espacio televisivo siempre me reprochaba que sólo traía a artista “alternativos”. Una década después, ya vemos que su olfato no era precisamente el mejor...



Luego, unos años después, llegaría su gran aventura hostelera, breve pero intensa. Tanto que marcó una peculiar época: el Supernova. Uno de esos locales nocturnos donde la música brillaba con luz propia y conducía a todos los que allí acudíamos en una dirección común. La codicia de sus caseros le empujó al cierre cuando había acondicionado en el piso bajo un espacio para conciertos muy grato y, poco tiempo después, reapareció con el proyecto de la Lata de Zinc, junto a otros inquietos activistas culturales, además de continuar con los talleres literarios, otra de las ocupaciones donde su semilla también se cultiva. Así que, ahora, muchas veces, antes de los conciertos, mientras me sirve una cerveza, hay tiempo para cruzar unas palabras, casi siempre de música. 

Aprecio mucho a Chus, que ha seguido su propio camino, no sólo literario sino vital. Novelista íntimo, persona sociable, con esa reserva bajo la que se esconde un poso profundo de sabiduría. Uno de esos autores que ha sabido construirse su propio espacio, con una fuerte personalidad y mucho que decir. Sin los fuegos de artificio a los que estamos acostumbrados en otros artistas más atribulados que pierden más tiempo enseñándose que escribiendo o empapándose de vida al margen de los focos. Cuando le felicité por haber llegado a esa final, días antes de su desenlace, en la previa del concierto de los australianos The Drones -una pasión común- me comentaba que por lo que más alegría le daba del Tigre Juan era por Elvira Navarro -su editora- que había apostado muy fuerte por él. Envidia sana me dio mi querido amigo Chus de haber encontrado valedores literarios, algo tan difícil de hallar. Porque lo otro, conseguir lectores fieles, “lo más difícil”, en palabras de Samanta Schweblin -su rival en el Tigre Juan- es una batalla que el escritor ovetense va conquistando día tras día, sin explosiones innecesarias, con la continuidad que brinda a los artistas la posibilidad de hacerse grandes.

MANOLO D. ABAD
Publicado en el suplemento "El Comercio de Oviedo" del diario "El Comercio" el domingo 6 de diciembre de 2015