Vetusta Blues. –
“La noche que Iggy Pop tocó en Oviedo”
Existen
esas ocasiones especiales en que en sólo una noche se unen las
emociones para converger en algo ideal, algo que intuímos como
inolvidable, algo que regresará en los momentos más insospechados
como un bálsamo para seguir hacia delante. Aquel 22 de febrero de
1991 fue una de esas fechas que se quedarán marcadas como
inolvidables. Tocaba una de las leyendas más grandes del rock –Iggy
Pop- en mi ciudad y junto a mí estaría la mujer de mis sueños. Y
sería en sala de pequeño aforo, en la añorada La Real, lugar donde
había disfrutado de tantas buenas bandas como Dr. Feelgood, Paul
Collins Beat, Barracudas, The Lyres o Wilko Johnson en concierto.
Hacía
tan sólo unas semanas que había completado mi colección de vinilos
de la mítica Iguana, símbolo de una rebeldía llevada hasta el
límite de la autodestrucción y la violencia, resucitado como un
experimentado superviviente que paseaba su fortaleza ante el caos
desde una perspectiva muy distinta a la de los extremos The Stooges.
En aquella mágica noche, ya se encontraba en un buen momento físico,
lo cual descartaba a los fans más acérrimos del grupo con el que se
dio a conocer. Durante la tarde tuvimos la oportunidad de hablar en
la radio, la añorada Radio 4, del mito con el entonces codirector de
la revista “Ruta 66” Jaime Gonzalo, poco partidario del reciente
giro hacia el pop dado con el memorable “Brick by brick” (1990) y
esa canción –“Candy”- que la mayoría recordará.
Tuvimos
un pequeño problema en la entrada, donde nos esperaba Dogo, cantante
de Dogo y Los Mercenarios, pero conseguimos entrar a pesar de que
nuestras localidades habían desaparecido. Probablemente, el cantante
sevillano al que había conocido hacía un par de meses en el
legendario Fun Club de la capital hispalense en medio de una
exhaustiva gira por todo el país en la que había acompañado a los
ovetenses The Amateurs, se había pulido las invitaciones que la sala
me había reservado para conseguirse un dinerillo extra (a tres mil
pesetas cada una era un buen plus). Superado el momento, ya sólo
tuve ojos en la previa para Ella. La sala estaba repleta al modo
español del que hablaba Dean Wareham en su autobiografía “Postales
Negras” a propósito de un concierto de Luna en el País Vasco.
Cuando se dice que en España está lleno es porque no cabe un
alfiler y apenas se puede respirar. Así estábamos los dos y el
resto de asistentes: casi sin poder movernos y pegando algún salto
que otro para poder contemplar a los músicos en el escenario. Daba
igual: aquello era histórico, verdaderamente histórico y, casi,
casi, irrepetible. Iggy Pop en su mejor versión, en un inmejorable
estado de forma, en uno de los puntos álgidos de su carrera (dos
años después publicaría el también destacable “American
Caesar”). Y los también memorables Dogo y Los Mercenarios, luego
leyenda para los paladares más exquisitos, en su versión más
rocosa, extrayendo granito de sus guitarras y de su rock callejero.
En
pleno éxtasis de calor y de rock, apenas recuerdo más que sus besos
y a la Iguana desgranando alguna de mis favoritas. Aquello está
repleto de imágenes más neblinosas que en otros conciertos
resguardados en mi memoria, pero sí me queda la sensación de fuerza
y sudor, además de ese encantamiento de muchos instantes cuando uno
está viviendo algunos grandes momentos junto a su amor.
Iggy
Pop disfrutaría de varias jornadas en Asturias. En una de ellas,
vivió en Oviedo uno de esos momentos surrealistas que nos situaban
en el pasado más carpetovetónico: a la pequeña gran estrella
estadounidense le impidieron la entrada en el selecto Restaurante
Marchica (el favorito del rey Juan Carlos I) por… ¡llevar sus
pantalones vaqueros rotos por la rodilla!
Pocas
veces pudimos vivir en mi ciudad la oportunidad de albergar a una
gran estrella en uno de los picos altos de su carrera, en un momento
sobresaliente de forma y popularidad. Aquel 22 de febrero de 1991 fue
una de esas fechas señaladas para el rock en Asturias y había que
estar allí para vivirla. Todo lo que pueda venir después de eso no
tendrá la trascendencia de aunar factores de un modo crucial, como,
sin duda, fue aquella visita hace veinticuatro años y medio de un
mito en uno de sus mejores momentos.
MANOLO
D. ABAD
Publicado en el diario "El Comercio" el sábado 19 de septiembre de 2015
Publicado en el diario "El Comercio" el sábado 19 de septiembre de 2015