Vetusta Blues. –
“Érase una vez en el Oviedo Antiguo”
Hubo un
tiempo no muy lejano en el que los constructores mandaban en los
destinos de este país. Como no podía ser de otra forma, la onda
llegó hasta la ciudad y comenzaron a hacer notar su siniestra
influencia. Se demolió una vieja estación de tren en el centro de
la ciudad para iniciar una espiral de construcciones delirantes de
aparcamientos innecesarios. La historia era ese lastre que pesaba
sobre la vieja y gris ciudad. Hablaban de “modernizar”, pero sólo
pensaban en “llenarse los bolsillos lo más rápido y fácilmente
posible con cualquier excusa de una imperiosa necesidad”. Los
delirios llegaron hasta tal punto que algunos planearon rascacielos a
la entrada de la ciudad y horadar el Campo de San Francisco para
aliviar todas las deudas de una locura que no era sino una nueva
versión del extraperlismo con el que muchos consiguieron hacer
fortuna en los tiempos del desarrollismo.
La
piqueta llegó también al Oviedo Antiguo, ese núcleo donde abyectos
intelectuales y bohemios habían encontrado un refugio con el que
alumbrar sus creaciones. A ellos se les habían unido una nueva
generación de jovenzuelos que gustaban de charlar y beber hasta
altas horas de la noche escuchando la música que se creaba sin parar
a través de eso que llamaron la movida. A algunos eso les empujó a
ponerse del lado de los constructores, a pensar en un nuevo lugar en
ese Oviedo Antiguo, recoleto y entrañable, para convertirlo en una
ciudad dormitorio de ensueño de nuevo rico de los sesenta a la
manera de Jesús Gil. Sí: un Oviedo Antiguo sin bares, sin movida,
sin música en directo, sin tertulias, sin nada de nada. Un absoluto
mar de la tranquilidad, un parque temático del aburrimiento. Para
eso constituyeron los elementos con los que poner en la picota a esa
pandilla de zarrapastrosos e indeseables que poblaban por las tardes
y por las noches unas calles que ellos pretendían limpias de
cualquier vestigio de humanidad. Soñaban con el nuevo negocio al
lado de sus amigos los constructores, que contribuirían con parte de
sus ganancias a sus sueños dorados, unos magníficos viajes a Las
Vegas donde romperían la banca con sus habituales apuestas. Del
hipódromo ovetense a la alfombra roja del sueño americano, eso era
lo que conseguirían con sus denuncias absurdas, con su lucha contra
la música en vivo, contra la perniciosa movida.
Los
tiempos cambiaban más que ellos y a la vez que la burbuja
constructora explotaba, una nueva generación inundaba las calles con
botellón y ruido constante en vías repletas de gritos y peleas de
borrachos al borde del coma etílico. Ellos no transformaron su
discurso: los culpables eran los bares que programaban música en
directo y, por supuesto, los músicos. Pero los tiempos también se
encargaron de desenmascarar su embuste. Nada proponían que no fuera
coercitivo. Todo era prohibir y acabar con cualquier atisbo de
creación. Las necesidades de un barrio maltratado por la ruina, la
vejez y la pobreza no eran sus objetivos. El suyo, ya lo conocen: la
música en vivo había causado todos los males del Oviedo Antiguo.
Nuevas asociaciones, impulsadas por gente joven y, sobre todo, limpia
(de intereses ocultos, que no soñaban con romper la banca en Las
Vegas) surgieron y mostraron su inquietud por agitar el barrio. Y
quedaron en evidencia. Los músicos reunieron más de seis mil firmas
a favor de la música en directo y la historia parece haberse
decantado del lado de la razón y no de la intransigencia a la busca
de un trato exclusivo y de favor. Quizás, ahora, deban pensar en ese
viaje –esta vez no con los gastos pagados- a Las Vegas.
MANOLO
D. ABAD
Publicado en el diario "El Comercio" el sábado 5 de septiembre de 2015