Vetusta Blues. –
“Ni en vivo ni en directo”
Llevo más
de dos tercios de mi vida asistiendo a conciertos en bares,
disfrutando de actuaciones que llenan grandes momentos en mi memoria,
de instantes atrapados a la noche que se repiten en mi mente para
animarme a seguir el camino de la vida, para continuar dejándome los
oídos contemplando a artistas que -quizás un día, como ya me ha
sucedido con muchos- ocupen un lugar preferente en escenarios mayores
y ante un público masivo.
Tras el
año de sequía de conciertos en Oviedo por obra y gracia del nefasto
concejal de cultura Alfonso Román López, uno pensó que no
regresaríamos a la situación que se ha producido recientemente con
el Ca Beleño. Aquel “Oviedo No Suena” fue uno de los momentos
donde el régimen imperante en la ciudad manifestó con hechos toda
su sinrazón, todo su absurdo entramado de apariencia y simulación.
Por si alguno no se ha dado cuenta –y parece que, interesadamente,
la respuesta es “no”- la música en vivo en pequeños locales es
un lujo que dota a la ciudad de una nueva dimensión. No sólo la
música, sino el teatro, el cine o los monologuistas, consiguen
llenar de un ambiente culto a la siempre inquietante noche.
Pero,
hete aquí que extrañas asociaciones formadas por un solo miembro,
de escasa representatividad y verdaderamente obsesionadas por acabar
con la música en vivo en la ciudad, reaparecen como una pertinaz
plaga de langosta, siempre a finales de agosto, para arremeter contra
los músicos y los locales que ofertan directos como si ellos fueran
los culpables de que la noche se haya torcido en los últimos tres
lustros. Nada quieren saber del botellón ni de los locales que
disparan decibelios de locura mientras sirven garrafón para
adolescentes atrapados en los botellones. Ellos confunden cultura con
botellón, música en directo con ruido, desastre callejero
procedente de las borracheras del botellón con salir de noche a
disfrutar de una actuación en vivo.
Hay un
vacío legal que hace ya muchos años que debería haber sido
arreglado y en ese se escudan para mostrar su intransigencia hacia
quienes tratan de entregar un pequeño trozo de cultura, un pedazo de
distinción en esa noche apuñalada por el botellón y el gratis
total, esos empresarios de esa noche que hace ya muchos años que
dejó de ser una bicoca que tratan de mostrar lo que se cuece en la
cultura de la ciudad. Uno de los ejemplos de mayor intransigencia me
lo encontré el año pasado con un pequeño local del Antiguo que
realizó las reformas de insonorización pertinentes, incluso retrasó
el horario para poder realizar sus (pequeñas, el local es muy
reducido) actuaciones. Nada de eso sirvió ante la negativa en
redondo de uno de los vecinos, quien seguramente sí escuchara todo
el bullicio de los botellones en la misma plaza pero que quizás
pensaba que los culpables eran los dueños de ese pequeño negocio.
Ante
irregulares asociaciones que sólo denuncian unos ruidos en concreto
y no parecen tener tiempo en sus denuncias para hablar de la miseria
del barrio –ahí mi querida Belén Suárez Prieto y sus desayunos
para los niños necesitados podrían darles muchas lecciones- o de la
ruina de muchos edificios o de otros muchos problemas que obvian por
unos sospechosos intereses en acabar con su diana, que no es otra que
unos músicos –y hay muchos con ganas y necesidad de mostrar su
obra- tratando de enseñar su obra en concierto. Y la ciudad, esta
ciudad, no puede permitirse el lujo de prescindir de uno de los ejes
que más la hace latir culturalmente.
MANOLO
D. ABAD
Foto: M.D.A.
Publicado en el diario "El Comercio" el sábado 29 de agosto de 2015