Vetusta Blues. –
“Gaviotas, palomas y ardillas”
La ciudad
asiste a una nueva colonización animal. Seguro que a muchos de
ustedes les habrán despertado a temprana hora los inconfundibles
graznidos de las gaviotas. Quizás, como en una continuación
placentera de un sueño, han pensado que se encontraban en algún
lugar de la costa. Pues no, ya están aquí: las gaviotas han hallado
cómodos techos lisos en la ciudad donde poner sus huevos sin
problema y reproducirse de manera desmedida. Rotos los ecosistemas,
las gaviotas buscan y encuentran otro tipo de alimento, diferente al
marino donde producen el necesario equilibrio de la naturaleza. Pero,
ahora, perseguida su peligrosa y desmedida reproducción en la vecina
Gijón, se atreven a internarse en el interior, en Oviedo, con las
consabidas molestias para los habitantes de la ciudad.
Pero la
palma en cuanto a animales invasivos y nefastos para la vida de una
ciudad se la llevan las palomas, cuya extraordinaria e imparable
capacidad procreadora trae un sinfín de molestias a los ovetenses.
Recuerdo hace muchos años, en la vieja casa de mis padres en la
calle San Bernabé cómo contemplé durante meses la erosión que las
palomas eran capaces de producir. Me asomaba, día tras día, a la
ventana del despacho de mi padre, contigua a la de mi pequeña
habitación, para verlas, pica que te pica, horadando la superficie
del alero del tejado aledaño. Comprobé cómo el hueco iba
haciéndose mayor, cómo iban destrozando toda la superficie
arquitectónica, hasta lograr un hueco de enormes dimensiones donde
cada vez más se acumulaban nuevos ejemplares del destructivo animal.
Ahora, la extensión es tal que ni tan siquiera tiene uno un momento
de descanso cuando puede disfrutar del placer del terraceo por la
ciudad. Tal es el descaro que se marcan en su peculiar colonización,
que resulta casi imposible tomarse algo sin tener que espantar al
molesto animal. En la zona de la calle Caveda o en la plaza del
Riego, el asunto toma un cariz pesadillesco que ríase usted de la
célebre película de Alfred Hitchcock “Los pájaros”. Se sitúan
sobre las mesas, comen –sin importarles la presencia de seres
humanos- de las tapas que se ponen a los clientes y, en definitiva,
molestan uno de esos momentos de placer que esta vida nos permite aún
a la mayoría de ciudadanos: el tomarse algo con tranquilidad en una
terraza. La colonización ya se ha hecho realidad en el Campo de San
Francisco, donde han invadido, con su habitual descaro, el estanque
de los patos y señalado su terreno con esa soterrada agresividad que
guardan para no dar un paso atrás tras una falsa estampa de
placidez.
Todo lo
contrario de lo que les sucedió a las pobres y simpáticas ardillas
que hace unos años quisieron introducir en el propio Campo de San
Francisco. Sucumbieron y se echan de menos su elegancia y discreción
frente a estas aves parásitas, extremadamente molestas y muy nocivas
para la ciudad, sus habitantes y su propia proyección turística.
MANOLO
D. ABAD
Publicado en el diario "El Comercio" el sábado 15 de agosto de 2015