Vetusta Blues. –
“La novela”
El verano
comenzó con el propósito tantas veces deseado de terminar aquella
novela que había iniciado hace ya muchos años, cuando descubrió
que sí, que podía ser capaz de comunicar mucho con la escritura. La
novela necesitaba rehacerse en aquellas páginas ya escritas, puesto
que los tiempos habían cambiado mucho desde aquel arranque, desde
que aquellos ochenta folios atrapasen esa historia que aún seguía
bullendo en su cerebro.
Cumplidos
más de dos tercios del verano, el propósito había sido imposible
de llevar a cabo. Como un detonador, toda una serie de
acontecimientos vitales fueron desarrollándose en su entorno. El
castillo de naipes se hundía a cámara lenta, atravesado por una
cadena imparable de fichas de dominó, que caían con certera
prestancia para evitar que tuviera un solo segundo de descanso para
pararse y destinar tiempo a aquella novela.
Tan
pronto ocurrían sucesos a su alrededor como pasaban en su propia
vida, que se había convertido en un torbellino imparable de aguas
bravas, amenazando con destruir cada una de las bases sobre las que
se asentaba su existencia. No había escapatoria. Cada historia
exigía el ansiado tiempo para detenerse y apenas si había un minuto
para pensar. Mucho menos para escribir. Eso se había convertido en
otro acto reflejo, mecánico, con el que salvar los escollos de cada
uno de los próximos compromisos. Apenas había un segundo para
detenerse a contemplar su propio rostro en el espejo, como si
estuviese dentro de una película de Jean-Pierre Melville. La
corriente le arrastraba y era incapaz de disfrutar al máximo de los
buenos momentos que, en medio de esa gran sacudida de
acontecimientos, la vida también le estaba brindando. No podía
saborear el rostro de Ella al amanecer o ensimismarse en la
contemplación de un cielo azul cobalto anocheciendo con su cabeza
acurrucada en su pecho. No, no había tiempo o no parecía haberlo,
mientras la novela, abandonada, yacía en un sueño a la espera de un
rescate que no podía ser posible.
Y en eso
llegó el estallido, la gran decisión. Todo pareció romperse, su
mundo se derrumbaba en una gran crepitación tras la que el vaivén
se detuvo. Fue entonces cuando nada importó. Adiós a un embaucador
que trató de utilizarle. Un adiós nada doloroso vista la naturaleza
del individuo. Adiós al mundo que se empeñaba en ocuparle con
inquietudes de todo tipo. Ella pareció despedirse para siempre al
otro lado del hilo telefónico y sólo era culpa suya, por haber
naufragado en aquel torrente de imparables acontecimientos, por
haberse dejado dominar por sus miedos e inquietudes, por no afrontar
que Ella era lo más hermoso que existía en su vida, aquello por lo
que merecía la pena todo lo demás. Encendió el ordenador tras
haber escuchado en profundidad el tic-tac de un reloj despertador que
ya no usaba y atravesó el silencio con una canción de Havalina. El
cielo de Oviedo le contemplaba impasible con su impávido e
inconfundible color gris. Difícil discernir si era verano o
invierno, primavera u otoño. Fue entonces, mientras se dejaba
atrapar por las guitarras de la canción, que su mente empezó a
dictar órdenes a sus dedos y a retomar, por fin, la novela.
MANOLO
D. ABAD
Foto: AMADOR NEIRA
Publicado en el diario "El Comercio" el sábado 22 de agosto de 2015