Crítica. Música. –“Ceremonia de hielo”
MOTORAMA + SEN SENRA
Sábado, 13 de junio de 2015.
Lata de Zinc, Oviedo.
Llegaban los rusos Motorama precedidos de gran
expectación en lo que se preveía que fuera a ser uno de los grandes conciertos
de la temporada dentro de un gran día de vuelcos políticos, de sorpresas
superlativas que parecen devolver la fe en la democracia por encima de los
oxidados aparatos partidistas.
Sin embargo, no fue una jornada para celebrar con
alegría en lo musical. Unos días antes, los japoneses Kikagayu Moyo habían obtenido el dudoso honor de cargarse
el equipo de voces de la sala, lo que provocó que se tuviese que contar con uno
de emergencia –bastante peor- para salir del apuro. Esto condicionó toda la
sesión. Abrieron los jóvenes gallegos Sen Senra, sin nada que ver con ninguna de las múltiples variables del
post-punk ni, mucho menos, con una línea estilística clara. Ya se percibieron
carencias en su sesión, que se convirtieron en terrible realidad cuando el
estólido cuarteto tomó las tablas de la abarrotada sala. La voz de Vladislav
Parshin no conseguía alcanzar un punto preciso, ese donde sus gafas conseguían
mantenerse en casi acrobática posición al final de su nariz. Acoples
constantes, dudas, indecisión y una extraña forma de salir adelante, con la
base rítmica impulsando su pétreo molinillo de herencia Joy Division sin
excesivos matices en los agudos, como una maquinaria machacona e insensible.
Costó colocar cada elemento en su sitio, una media
hora, hasta que los de Rostov lograron imponer ese tenso climax sobre el que
sitúan su tan peculiar propuesta que bebe de la fuente de pureza del post-punk
de los Joy Division más gélidos, como nadie lo ha conseguido y pretende
recuperar el halo perdido por la muerte de Ian Curtis en su tránsito a New
Order. Sobre esa tumba y sus cenizas de las que nadie consiguió prender una
nueva llama, el grupo ruso logró encender una luz azul de sentimientos turbios
y ensimismada, oscura y sugestiva música que llegó a encandilar en su tramo
final de media hora. Lástima que, cuando la maquinaria había comenzado a
resultar irresistible, decidieran poner fin, por las bravas, a una celebración
de hielo y oscuridad que, como cualquiera conoce, podría haber quemado más que
cualquier otra hoguera. Una frustrante pena.
MANOLO D. ABAD