La banda gijonesa Blues & Decker me pidió un texto para su web y decidí salirme del texto-hoja-de-promo-al-uso, con este relato. Espero que os guste. podéis verlo también en la página web del grupo, banda mu recomendable, por cierto. http://www.bluesdecker.com/
BAJANDO AL
BOULEVARD DEL BLUES
Otra vez calle
abajo, cabeza gacha en la noche, tratando de lamer las heridas con
alcohol, deseando no haberla conocido, que aquella sonrisa no se
hubiera cruzado nunca conmigo, que no hubiera tratado de perseguirla
hasta el fin del mundo... Para acabar como siempre: acechando sombras
antes del amanecer. La música trataba de sonar en mi cabeza,
intentando salvarme del dolor que apretaba mi corazón, hasta que
entré en la plaza de Feijoó y el recuerdo de una noche unos meses
antes se abrió paso con portentosa fuerza.
Me senté bajo la estatua del célebre ensayista y polígrafo para iluminar aquella primera noche en que descubrí a Blues & Decker, una de las más potentes revelaciones que uno ha tenido con el mismo funcionamiento que el flechazo que había estado alimentando en mí estos dos últimos años. Aún los recuerdo en una de las jornadas del Concurso de Rock de Oviedo, cómo me impactaron de principio a fin: ahí había clase y no lo digo sólo porque fueran trajeados. Sonaban con esa fuerza que distingue a los grandes, a los grupos trabajados desde el local de ensayo pero también poseedores de un repertorio convincente, que les sale de las entrañas. Algunos podrían pensar, a simple vista, que pudiera tratarse de uno de esos ejercicios de estilo revivalistas acartonados y vacíos. Nada más lejos de la realidad, nada de poses ni de concesiones bobas. Sonaban tan enteros que pronto la plaza se pobló de un público convencido ante una pletórica demostración de condiciones. Porque a un profano podría sonarle típico, pero esa inteligente simbiosis de blues inyectado de rock que hacía realidad el viejo adagio de Muddy Waters (para el que no lo sepa: “el blues tuvo un hijo y lo llamaron rock´n´roll”) eran palabras mayores. Dos sesiones después, donde no repitieron repertorio, tal era la demostración de recursos que se marcaron sobre esa plaza ovetense, consiguieron un tercer premio que se me antojó menor ante lo expuesto. El tiempo no tardaría en darles la razón, con un magnífico álbum de debut (“Stealin´ the blues”, no dejen de buscarlo) que confirmaba que aquí había materia prima, no una flor ocasional de un día.
Como los amores que crecen libres, salvajes, a partir de un detalle como una sonrisa, así. Blues & Decker son un cuarteto consistente: un vocalista que contagia al más pintado y respalda a un excepcional guitarrista, dotado para una pletórica demostración de matices en una paleta que disfruta llevándonos desde la profundidad del alma blues a la inmediatez del aullido rockero. Y la base rítmica sabe estar siempre ahí, atizando con su presencia imprescindible para conseguir empastar y que la música se instale en nuestro cerebro y libere a los corazones torturados o estimule a los felices a llenarse de más pasión.
Me senté bajo la estatua del célebre ensayista y polígrafo para iluminar aquella primera noche en que descubrí a Blues & Decker, una de las más potentes revelaciones que uno ha tenido con el mismo funcionamiento que el flechazo que había estado alimentando en mí estos dos últimos años. Aún los recuerdo en una de las jornadas del Concurso de Rock de Oviedo, cómo me impactaron de principio a fin: ahí había clase y no lo digo sólo porque fueran trajeados. Sonaban con esa fuerza que distingue a los grandes, a los grupos trabajados desde el local de ensayo pero también poseedores de un repertorio convincente, que les sale de las entrañas. Algunos podrían pensar, a simple vista, que pudiera tratarse de uno de esos ejercicios de estilo revivalistas acartonados y vacíos. Nada más lejos de la realidad, nada de poses ni de concesiones bobas. Sonaban tan enteros que pronto la plaza se pobló de un público convencido ante una pletórica demostración de condiciones. Porque a un profano podría sonarle típico, pero esa inteligente simbiosis de blues inyectado de rock que hacía realidad el viejo adagio de Muddy Waters (para el que no lo sepa: “el blues tuvo un hijo y lo llamaron rock´n´roll”) eran palabras mayores. Dos sesiones después, donde no repitieron repertorio, tal era la demostración de recursos que se marcaron sobre esa plaza ovetense, consiguieron un tercer premio que se me antojó menor ante lo expuesto. El tiempo no tardaría en darles la razón, con un magnífico álbum de debut (“Stealin´ the blues”, no dejen de buscarlo) que confirmaba que aquí había materia prima, no una flor ocasional de un día.
Como los amores que crecen libres, salvajes, a partir de un detalle como una sonrisa, así. Blues & Decker son un cuarteto consistente: un vocalista que contagia al más pintado y respalda a un excepcional guitarrista, dotado para una pletórica demostración de matices en una paleta que disfruta llevándonos desde la profundidad del alma blues a la inmediatez del aullido rockero. Y la base rítmica sabe estar siempre ahí, atizando con su presencia imprescindible para conseguir empastar y que la música se instale en nuestro cerebro y libere a los corazones torturados o estimule a los felices a llenarse de más pasión.
Trabajo, mucho
trabajo y clase que, juntos, logran convertir a Blues & Decker en
una de las opciones más estimulantes que uno puede echarse al oído
en estos tiempos de confusión, de falsas revelaciones y de eternos
retornos. La prodigiosa guitarra de “Second sight” vuelve a
instalarse en mí y ya me siento mejor, aunque sus cabellos rubios y
su sonrisa estén lejos de mis deseos. Todo eso ya deja de importar y
el blues se apodera de mí mientras echo un trago más de hiel de mi
copa en otra solitaria noche más.
MANOLO D. ABAD
Foto: JUAN CUERVO