Crónicas de Vestuario. –
“Supersticiones”
Seguro que muchos de ustedes no lo sabían: la Copa
Confederaciones está maldita. Maldita para aquellos que pretendan ganar el
Mundial que se disputa al año siguiente. En su corta historia como trofeo
bendecido por la FIFA, la Confecup ya ha tenido tiempo de alimentar su propio
mal fario. De ahí que sean muchos los que no desean que España la gane, o a la
inversa, a la espera de que el negro designio vuelva a hacerse realidad. Pero,
al igual que los récords, las maldiciones están para ser superadas. A golpe de
victorias, las que realmente cuentan.
Los futbolistas más supersticiosos son, sin ningún
género de dudas, los porteros. Al menos en lo que a mi experiencia como “hombre
de fútbol” se refiere. Cuando trabajaba como utillero me tocó un guardameta que
se había formado en las categorías inferiores del Real Madrid (había coincidido
en el “C” nada menos que con Iker Casillas) y que reunía un montón de
supersticiones y rarezas. En cuanto a su vestuario, opté por guardarle un lugar
especial en una de las estanterías de mi cuarto de trabajo para albergar en
ella las dos camisetas de tirantes (raída la de los partidos; nueva la de los
entrenamientos), los pantalones, guantes y las medias correspondientes, así
como las vendas a usar. Ricardo solía ser el primero en llegar al vestuario, el
primero en salir de él y se situaba en la parte derecha de las banquetas… en el
primer lugar. Una bellísima persona por otra parte, como tendría tiempo de
comprobar. Y es que, a veces, sucedían cosas extrañas, como en el partido que
nos llevó a enfrentarnos con el Tuilla en su campo, en aquellos años una
superficie de una arena dura y amarillenta que costó dios y ayuda sacar de la
ropa de los jugadores. Porque aquel domingo llovía, el cielo era negro y a
punto estuvimos de irnos al río Nalón cuando el autobús trató de esquivar un
adelantamiento improcedente. Por más que busqué, el pantalón que Ricardo usaba
en los partidos ¡había desaparecido! Llevé unos largos que usaba en los
entrenamientos, pensando que ante el roce con la arena podrían valer. Su
“pantaloneta” –él la llamaba así- no apareció y aún recuerdo la vergüenza de no
poder darle su prenda en aquel momento, ese partido con sabor a encerrona,
entre la lluvia, el recibimiento hostil y la proximidad del público. Vencimos
0-1 con un partidazo de Ricardo, el mejor de sus tres meses con el equipo (en el
mercado de invierno ficharía por la Leonesa, entonces en 2ªB) y que fue
destacado por toda la prensa regional. A él le tocó acompañarme con todo el
material usado después del partido. No estaba de muy buen humor: “No vuelvas a
hacerme algo así”. Semanas después, en una de las cenas del equipo –se
celebraban el jueves de cobro mensual- tuvimos ocasión de hablar, mucho
(¡callado como solía ser él!), y de sellar una buena amistad de colegas. “Pero
que conste que ese partido, sin tu pantaloneta, fue el mejor que jugaste”,
apostillé. Ricardo calló con una sonrisa, pensando, seguramente, que las
supersticiones y el mal fario sólo requieren de una ocasión para romperlas.
Como con esta final de la Confecup, ¿por qué no?
MANOLO D.ABAD
Publicado en la edición papel del diario "El Comercio" el domingo 30 de junio de 2013