Crónicas de Vestuario. –
“El
Coyote y Correcaminos”
Lo volvieron a hacer: ganar a Italia, aquel país que
tanto miedo nos daba no hace tantos años. Ahora, transformado en el duelo
europeo por antonomasia, vencemos hasta jugando mal, un partido poco
convincente del combinado nacional que acabó por resolverse en la tanda de
penalties.
Italia pretendió la gloria y su seleccionador,
Cesare Prandelli, respondió a las voces que exigían desde su país una vuelta al
catenaccio con un planteamiento que
será profundamente estudiado por todos los próximos rivales de La Roja. Los azzurri eligieron la gloria frente a la
miseria: si había que morir, hacerlo con honor, como los grandes. La primera
parte de los españoles se movió desde la estupefacción que les producía no
encontrar los espacios para desarrollar el estilo que encandila al mundo. Sin
la referencia de Balotelli, Italia jugó mejor, con un Gilardino entregado a un
trabajo monumental, la primera barrera a superar por unos españoles
desorientados que buscaban la solución a sus problemas en los balones largos a
un trabajador y sacrificado Fernando Torres. Del Bosque se desgañitaba mientras
en el campo los cerebros de Iniesta y Xavi no encontraban la solución. Recurrió
el entrenador salmantino al revulsivo de Jesús Navas, pero sus compañeros
apenas combinaron con él, empecinados en abrir la banda izquierda que tan bien
cuidaban unos agotados italianos. El camino de la épica de los grandes partidos
se dibujó en una prórroga donde la superioridad técnica de España se mostró en
todo su esplendor. Pero también la incapacidad para rematar la faena con goles,
probablemente el defecto más grande que se le puede atribuir a la Roja.
Y llegaron los penalties. Los porteros no pararon y
tuvo que ser Leonardo Bonucci el que fallara. En la pena máxima conviene
observar con detenimiento el rostro de quien va a lanzar, y el que finalmente
falló mostraba poca determinación, miedo. Vencidos los fantasmas que se cebaron
en la Roja en el pasado, es el turno de una Italia condenada a ser el Coyote de
los dibujos animados. Permanentemente buscando, pensando, planeando cómo
atrapar al Correcaminos y vencido siempre por la altiva figura del supersónico
animal de cómic. Resignado a su suerte, al pobre Coyote sólo le queda mirar a
la cámara de frente y esbozar una sonrisa que se resuma con el título de
aquella novela de Leonard Cohen: “Hermosos vencidos”.
MANOLO D. ABAD
Publicado en la edición papel del diario "El Comercio" el sábado 29 de junio de 2013