Crónicas de Vestuario. –
“Tahití,
el orgullo del goleado”
En este nuevo mundo del fútbol moderno que el rapero
andaluz Frac dice odiar, repleto de ricachones mecenas de conveniencia, de
competitividad bronca y, a veces, tan extrema que supera los límites del propio
deporte, la presencia de Tahití en la Copa Confederaciones resulta un soplo de
aire fresco, una isla distinta que nos muestra valores perdidos en el fragor de
las batallas a muerte de la competición superprofesionalizada.
Habrá, no obstante, quien prefiera argüir que más
que ese espíritu libre del deportista aficionado, el que Tahití participe como
campeón de Oceanía (Australia se ha adherido al grupo asiático para aumentar su
capacidad competitiva) es un hecho grotesco que no debería ser admitido. Sin
embargo, lo que los jugadores de Tahití aportan, se acerca a lo que se dio en
llamar espíritu olímpico, donde el mero hecho de estar presente ya constituye
un premio. Más aún si el regalo consiste en compartir noventa minutos con la
selección que está haciendo época con sus registros y formar parte de su
gloriosa historia. Siete, ocho, nueve, diez goles… ¿importa eso si se ha tenido
la oportunidad, además, de jugar en el mítico (aquí el término sí viene a
cuento) Maracaná contra un once de ensueño? Desde luego, no todo el mundo lo ve
así, ni se entienden las goleadas “de escándalo” y siempre existe quien
prefiera una “victoria pírrica” –léase el empate de Finlandia contra la Roja en
Gijón hace unos meses- que una “derrota de escándalo”, aún a costa de mostrar
una imagen penosa y censurable. Tahití mantuvo su estilo de juego, tratando de
que su confrontación con los españoles fuera otra forma de aprendizaje, frente
a los mejores, que es de quienes más se puede aprender y no como los
finlandeses tratando de minimizar daños situando la táctica “once bajo la
lona”, con la que también pasaron a la historia… a una crónica negra de la que
sus componentes dudo que hayan extraído enseñanza alguna. Observando la derrota
de los japoneses ante Italia, el baño de juego que le dieron a los azzurri, uno se convence de esa
posibilidad de crecimiento y aprendizaje.
El mundo de la competición no sabe de otro aroma que
no sea el de la victoria, o eso parece que nos quieren hacer creer. Porque,
probablemente, la mayor lección a aprender es la que se obtiene con las
sucesivas derrotas y pruebas a las que nos somete la vida.
MANOLO D. ABAD
Publicado en el periódico "El Comercio" el domingo 23 de junio de 2013.
Publicado en el periódico "El Comercio" el domingo 23 de junio de 2013.