Crónicas de Vestuario. -
“Moscas detrás de la oreja”
¡Qué raro todo este
previo con Croacia! Que si un “biscotto” -ese acuerdo a la
italiana de repartirse puntos en un empate de conveniencia-, que si
una ofensiva de los ultras croatas enfrentados con su Federación
(dirigida por Suker) para reventar la Euro´16 y que expulsen a su
propia selección, que si Pedrito estalla y no quiere ser una mera
comparsa (¿se le habrá pegado la animadversión de Mourinho a La
Roja?), que nuevas revelaciones de los whatsapps de la prostituta que
denunció a De Gea -mayor de edad, por cierto Sr. Don Pedro Sánchez,
toca informarse bien-, que si hay que rendir homenaje a Casillas y
que juegue este (raro) partido, que si jamás hemos vencido con
arbitraje de Bjorn Kuipers y que los croatas no conocen la derrota
bajo su mando... Demasiado lío cuando deberíamos estar celebrando
la buena salud de nuestro combinado que parece haber retomado el buen
camino. Aunque todo lo recorrido hasta ahora no es nada. Pronto
empieza la cara o la cruz, que, al más mínimo despiste, conduce al
hoyo.
Uno prefiere recordar las
exquisiteces croatas, no su vandalismo, ni su guerra terrible en los
Balcanes. Esa que inspiró la gran obra de Arturo Pérez-Reverte
“Territorio Comanche”, aunque mi querido amigo y crítico de cine
de EL COMERCIO José Havel, prefiera todas sus obras con Alatriste de
protagonista, que a mí me dejan bastante frío.
Evoquemos al gran Robert
Prosinecki en un regreso a ese viejo Carlos Tartiere de las glorias
azules, a aquel fútbol depurado, a su saber estar sobre el campo. A
Luka Modric -heredero de tanta clase como la del exoviedista- no le
veremos como faro de una selección que, sin su inequívoca y
clarividente luz, ha perdido toda su pujanza. Si, por lo que parece,
se borra Rakitic, no parece que la energía del madridista Kovacic
sea suficiente para apagar el fuego de La Roja. Sólo parece posible
que, a la desesperada, busquen su gran capacidad competitiva como
recurso para vencer. Porque lo que sí parecen echar de menos es uno
de esos delanteros centros goleadores a la vieja usanza, como el
inolvidable Mate Bilic, que se licenciase en El Molinón, o un Davor
Suker que marcó una época en blanco sevillista y merengue. Pero,
ahora que lo pienso, según dicen los propios croatas, ellos no
necesitan vencer para clasificarse. Casi lo mismo que los turcos que
dijeron en el prepartido: que un empate era bueno. O como los checos,
que renunciaron a su identidad para esmerarse hasta el suicidio final
en defender, defender y defender; ellos que eran un equipo ofensivo
que había dejado una media de dos goles y pico por partido en la
fase de clasificación (y que lo volvieron a demostrar ante los
ajedrezados de los Balcanes en la segunda jornada). ¿Nos tocará,
entonces, otro monólogo de autobús, de once bajo la lona? Ese
parece el sino de los españoles y sólo queda desear que el
resultado favorable sea el castigo ante rivales tan
inmisericordemente timoratos.
Publicado en el diario "El Comercio" el martes 21 de junio de 2016