Vinilo
Azul. -
“En
el Oviedo Antiguo”
Mientras
disfruto del ensoñador nuevo álbum del enorme Giorgio Tuma “This
Life Denied Me Your Love”, que la aplicada gente del sello Elefant
me ha hecho llegar con la diligencia habitual marca de la casa no
puedo evitar fijarme en el diario EL COMERCIO donde se habla, un
lunes más, del deterioro del Oviedo Antiguo. El casco viejo de la
ciudad es uno de esos lugares dotados de un peculiar encanto que
consigue que la ciudad de Oviedo sea diferente, Por desgracia la
práctica del botellón, de la borrachera brutal e indiscriminada,
convertida en una ingesta inhumana a la sajona sin otro fin que
alcanzar el punto álgido de un pedo sin ton ni son, de un vacío
total propio de adictos a una droga, ya sin excusas, deshumanizado,
reflejado en un tránsito a un supuesto éxtasis, a un mayestático
precipicio a la inconsciencia más vana, ha logrado transformar un
lugar tan sugerente como el Oviedo Antiguo en un borracheródromo.
Nada
que ver con lo que disfrutamos desde mediados de los 80 una
generación como la mía, golpeada por el paro y la droga. Nuestros
primeros bares, donde descubrimos amores, el calor de conversaciones
y miradas, la banda sonora de unos días de hallazgos y nuevas
sensaciones. No les voy a engañar: también podías encontrarte
momentos desagradables, como una tarde, con un compañero de facultad
en que vimos, en vivo y en directo, cómo un tipo se pinchaba heroína
en un portal de la calle Oscura. Todo eso, empero, fue parte de una
formación en la que predominaba lo humano sobre lo material. Tiempos
de ver y escuchar. Tiempos de aprender a vivir. Tiempos de conocer
que la vida es dura y que sin lucha nada será posible. Días en que
escuchar “Tiempos nuevos, tiempos salvajes” de Ilegales era la
definición de momentos gloriosos. Y si un fin de semana no había
dinero para salir, nos quedábamos en la compañía de un disco, de
un libro, de la película que exhibiera la segunda cadena a altas
horas de la madrugada. Nada de dramas de quinceañeros alcohólicos
de fin de semana.
Una
sensación de rabia y de pena me invade cuando intento hacerme sitio
entre las multitudes ebrias que invaden la calle Mon, cuando trato de
internarme en el Fauno, el Sol y Sombra, el Olivar, el Serie B o el
clasicísimo Diario Roma (ya no les digo las noches eternas del
Xalabam en compañía del gran Paco), supervivientes ilustres de una
época cada vez más lejana. Esa en la que la música envolvía los
sueños de una noche de amor, en la que conversábamos, reíamos y
tratábamos de pintar con colores un futuro que entonces parecía
negro, muy negro. Uno aparta muertos vivientes al borde del coma
etílico o quizás en el coma mental, con sus móviles como apéndice
imprescindible, casi como una tabla de salvación o un flotador de
náufragos que jamás verán tierra firme, sin otro asidero que sus
insoportables gritos, su inexistente vacío de marcas de ropa y
apariencia estéril, de intervalo de tres días de absoluto olvido de
su capacidad para ser personas. Brindo con el enorme Luis Salgado en
el Diario Roma con una copa de cava similar a la suya por aquellos
días de búsqueda en el Oviedo Antiguo, él que regresó también de
una pesadilla y abraza de nuevo la vida con su circunspecta faz.
Suenan los Doors invitándonos a dejarlo estar, una vez más ese
“Roadhouse blues”, y a que el vacío de este tiempo, de ese
camino a ninguna parte de la generación del gratis total -esa gran
falacia de los descargadores de cultura de internet- no termine por
absorbernos, por deglutirnos en una loca tarde de botellón y termine
con esa esencia de nuestro ser, de nuestra vida, que hemos dejado en
tantas noches en nuestro querido Oviedo Antiguo.
MANOLO
D. ABAD
Publicado en el suplemento "El Comercio de Oviedo" del diario "El Comercio" el domingo 28 de febrero de 2016