Vetusta Blues. -
“La paz del Campo de San Francisco”
Uno
celebra esta paz en medio del centro de la ciudad. La paz del Campo
-no Parque, ojo- de San Francisco. Uno de esos pulmones de paz para
recuperar la forma de ser, como en aquella vieja canción de Nacha
Pop “Con tal de regresar”. Un pequeño oasis donde pararse,
contemplar, pensar,... Claro que algunos echan en falta el
movimiento. Siempre el movimiento, siempre ese movimiento hacia
ninguna parte, hacia el fin de los días, hacia el abismo...
Frenético, imparable. ¡Que no pare la música, cuanto más
pachanguera y perturbardora! ¡Que no se detengan los eventos más
absurdos! ¡Que persista la contaminación ruidosa ambiental! ¡Que
nada nos permita pensar, pararnos a una reflexión, concentrarnos en
una mínima observación sobre nuestra vida y sus circunstancias!
Leer un libro, escuchar un disco con la pausa necesaria.
Lo
tenemos en el centro, ahí está: el Campo de San Francisco. Un lujo
al alcance de quien se pare a disfrutar de las pequeñas cosas. Nada
de un automóvil de alta cilindrada, un paseo relajado rodeado de
árboles. Sin exhibiciones vacuas, encontrándonos en cada esquina
con los resquicios de nuestro ser a recuperar. ¿Cómo alguien puede
desear acción en un marco tan saludable? En París, internarse en
los jardines del Palais Royale es uno de esos lujos -por los que no
hay que pagar- que nos transforman más allá del estrés diario, de
ese intenso viaje a ninguna parte que tanto exige la vida cotidiana
de muchos. Remontar la Cuesta de Moyano e internarse en el Parque del
Retiro de Madrid es uno de esos placeres que nunca podrán entender
quienes quieren velocidad absurda, resultados inmediatos, los que
harían todas las trampas posibles y cogerían todos los atajos que
hagan falta para llegar a esa cima ficticia que consideran éxito.
Los mismos que piden acción para el Campo de San Francisco. Los
mismos que desean acabar con el lujo de la paz del Campo de San
Francisco. Como palomas parásitas que invaden el idilio del estanque
de los patos, como los que horadaban la obra de arte del Mosaico de
Antonio Suárez en el Paseo de los Álamos, como esos que dicen
representar a los hosteleros (y cada vez los representan menos) y
lograron su chiringuito-anti-chiringuitos Gastroguay. Como todos los
que apoyaron a quienes pretendían pagar las deudas de su desmanes
previos en un régimen de barra libre de impunidad de veinticuatro
años socavando los cimientos del Campo de San Francisco para otro
inútil párking más en la ciudad (¿una nueva idea feliz de la
prensa que no les ha reído sus gracias con poca gracia?).
Disfrutemos
de la paz del Campo de San Francisco en estos días turbulentos. De
la belleza de esos todoterrenos que son los patos, de los cisnes, de
los colores de sus árboles, de las confidencias cerca de las
estatuas de Clarín o del gran olvidado Palacio Valdés... De la
tranquilidad, de la paz, tan necesaria siempre para recuperar la
forma de ser. De este lugar tan propicio para las letras y los
escritores.
MANOLO
D. ABAD
Publicado en el diairio "El Comercio" el miércoles 10 de febrero de 2016