Vetusta Blues. -
“El fatuo fulgor naranja”
Cada
mañana, cuando cruzo la Calle de la Independencia, a la altura de la
Calle Asturias, me convenzo de la total inutilidad de la luz naranja.
En teoría, ese color intermitente luce para que los vehículos pasen
si no hay ningún peatón cruzando con el color verde. En la
práctica, los coches pasan como si tuvieran preferencia sin
importarles especialmente que haya viandantes atravesando la calle
que está con el semáforo en verde para que ellos pasen. La pírrica
victoria de tan arduo esfuerzo es tener un nuevo semáforo en rojo
para que esos mismos automóviles que han esprintado a fondo sin
importarles ningún peatón vuelvan a ser detenidos veinticinco
metros más tarde. ¿Utilidad? Ninguna. ¿Problemas? Todos y todos
para los peatones que muchas veces hemos de tratar de que se detengan
con todo tipo de gestos, bajo el riesgo de que nadie les haga caso,
de ser pillados o de entrar en una trifulca con alguno de los
representantes más maleducados del gremio de conductores. Así, día
tras día y sin ningún atisbo de solución. Bueno, sí, quizás la
jornada que haya un atropellado. O un muerto. Es la manera en que
funcionan estos asuntos, por desgracia. El color naranja del semáforo
es tan sólo un estímulo para que el conductor acelere, no para que
respete al peatón que apura a toda velocidad los últimos segundos
de verde.
Claro
que peor aún son algunos pasos de peatones, vía libre para ser
ignorados por cada uno de los coches de Oviedo. Peligrosos pasos de
peatones escondidos o en lugares inaccesibles. Peor aún, pasos de
peatones que no se respetan por sistema. Vehículos que pasan sin ver
a quienes se arremolinan en las aceras. Coches que no aminoran sino
que aceleran aún más tras ver un primer paso de cebra y afrontar un
cercano segundo. Lugares donde juegan niños pequeños al lado de
vías por donde los automóviles y sus conductores encuentran una
nueva razón para acelerar. Gente mayor, con sus bastones, con sus
dificultades para moverse, sin atreverse a pasar frente a una
caravana de vehículos en la que ninguno tiene la decencia de
pararse. El “trenecito”, lo llamo yo. Y no ose protestar, que el
lío estará montado.
Hemos
sabido en estos últimos días la inutilidad de muchos mecanismos de
control para evitar estos comportamientos incívicos y a uno sólo le
entra más rabia al ver que, en la mayoría de los casos, sólo se
reacciona ante la desgracia. Unos días muy compungidos todos,
dándose golpes de pecho y, a las pocas semanas, vuelta a empezar. Si
por uno fuera, eliminaría ese hipócrita e inútil color naranja
que, por ejemplo, ha dejado de existir en otros países. Sería un
pequeño principio.
MANOLO
D. ABAD
Publicado en el diario "El Comercio" el miércoles 3 de febrero de 2016