Vetusta Blues. –“Resistencia”
Pasear por las calles vacías de
la ciudad, ya sea al amanecer o sumergido en la noche, es uno de esos placeres
que nunca atraparán quienes sólo se deslizan por la superficie de la vida.
Extraer a cada momento la posibilidad de la emoción, embriagarse con apurar
cada segundo de la existencia lejos de miserias e intrigas, olvidarse de
aquellos siempre prestos a las puñaladas traperas, vencerles con el disfrute de
las pequeñas cosas que nos rodean día a día.
Tras la presentación en el
esencial Café Paraíso del libro sobre Nick Cave & The Bad Seeds del gran
Jorge Alonso, los pasos me llevan a la sobremesa de la cena de mis queridos
amigos Dani, Natalia y Lauren García. El Oviedo Antiguo no es la voraz pelea de
fin de semana, sino un huésped hospitalario que te seduce con su encanto añejo
y experimentado. Nos encaminamos a la plaza del Sol, en paz en la noche del
jueves, lejos de la brutalidad de los cada vez más salvajes botellones, esa
bestia voraz que muchos dejaron crecer y ahora no saben cómo parar. Entramos en
el Sol y Sombra, santo y seña noctámbulo y diverso, conducido por el eterno
Rubio, viejo amigo de los tiempos del Chanel, a quien –como ocurre con esas
amistades que siempre están ahí- no visitamos con la frecuencia debida. Suena
música disco de los 70 y uno logra evadirse, al fin, al ritmo de las Pointer
Sisters. Como si extrajéramos sin dolor ese puñal que muchos pretenden
clavarnos en la espalda por no caer en sus trampas de miserias y politiqueos
donde han aprendido a manejarse como serpientes, lejos del talento que dicen
perseguir o poseer, embebidos de una supuesta gloria que sólo es el ansia
codiciosa de llenar sus bolsillos. Esos quedan lejos, de esos huimos en noches
como esta. A esos los combatimos con la elegancia que otorga la razón y, a
veces, los hechos.
Cuando la noche busca disolverse
en pos de la luz, con el local en silencio, una copa de vino que se muestra
sosegada y comprensiva, hablamos del valor de la resistencia, del sacrificio,
del trabajo duro, de experiencias propias que nos han enseñado a manejarnos en
la jungla de voraces, envidiosos, traumatizados y trepas. De todos aquellos que
querrían un universo uniforme, de quienes hacen de la mentira y de la traición
su santo y seña, tan acostumbrados como atrapados en su simulación que no se
dan cuenta que ya no engañan a nadie por más que se engalanen con disfraces
carnavalescos o de supuesta cultura e intelectualidad que no es más que vana e
impotente pose. Percibo ese latido cuando escucho resonar mis pasos en el final
de la noche, caminando por la Escandalera, apurando el sabor de lo vivido y
disfrutando por la elección de haber permanecido en Oviedo, en mi ciudad, a
pesar de todas las luchas, de cada uno de los sacrificios y de muchas de las
pérdidas.
MANOLO D. ABAD
Publicado en el diario "El Comercio" el sábado 28 de febrero de 2015