"De homenajes y pelotas"
No vamos a rendirnos nunca, no engañamos al público haciéndole la pelota. Hay que acabar con los pelotas (...)». He de reconocer que estas palabras de Jorge Ilegal en la contraportada de su primer álbum marcaron toda mi adolescencia y que aún resuenan hoy en mi cabeza. Para el quinceañero impresionable pero arrogante que era, leer eso en el recién comprado vinilo de la banda que ya me había marcado con su primer single, fue toda una revelación, algo mucho más fuerte que haber visto ‘Quadrophenia’ o ‘The Great Rock’n’roll swindle’ en el cine de la calle Calvo Sotelo por aquellas mismas fechas. Eso, y aquel «hay que tener personalidad» que don José Ramón nos repitió en octavo de EGB conformaron parte de mi carácter. Turbulento en muchas ocasiones, sí, por supuesto. Demasiadas, quizá.
El recuerdo de aquellos días también es el del fondo del antiguo Tartiere, donde la curva Chiribí patentó aquello de «estás para el homenaje», en referencia a jugadores acabados o al borde de la jubilación que deambularon muchas temporadas vestidos de azul. Expresiones tan crueles como creativas que hoy tanto se echan de menos en las gradas.
Y quién me iba a decir a mí que todo eso iba a revertirse en el siguiente milenio. En el que los pelotas progresarían y se multiplicarían como nunca, a la sombra de la mediocridad, y en el que los homenajes formarían parte de una supuesta afirmación del poder, promovidos por esos mismos pelotas que recogían –con avariciosa mano– las jugosas migajas que les regalaban los propios homenajeados. «El mundo rula y al caer/ se muerde la cola», cantaban Los Enemigos en ‘La cuenta atrás’. El mundo se mueve hacia atrás y cae en los mismos estúpidos errores, sí.
Acabado ‘El Principito’, mi madre tuvo a bien leernos a mi hermana y a mí, de muy pequeñines, al irnos a la cama, los cuentos de Hans Christian Andersen y allí estaba ‘El Traje Nuevo del Emperador’. Un cuento que debería ser de cabecera para todo dirigente que se precie, que quiera mantenerse al margen de muchos de los pelotas que se arremolinan como parásitos a la espera de migajas económicas –a veces, millonadas– y que aplauden, incesantes, al rey desnudo paseándose ante la multitud.
Así asistimos en mi ciudad a la aclamación de un premio que se otorga a un ovetense cada año. Con la vergüenza de contemplar cómo se malgastan dineros en homenajes baldíos, de ver el regreso de las más repudiables prácticas sociopolíticas a la mayor gloria de la perpetuación de un régimen con más de dos décadas de existencia en la ciudad con mucho que esconder. Al retroceso, en definitiva, de las más vulgares formas de propaganda y ostentación que, un día, un lejano día, allá por los años ochenta, creímos extinguidas de la democracia. Alzo mi copa por… Pues, no, oiga, no tengo ninguna copa que alzar en su autohomenaje.
MANOLO D. ABAD
Publicado en el diario "El Comercio" el sábado 14 de febrero de 2015