Vetusta Blues. –“Los Fono-zombis”
Poco imaginaba George A. Romero cuando en 1968
redefinió el concepto de “muerto viviente” por el de zombi en su célebre
clásico “La Noche de los Muertos Vivientes” que, con la llegada del Nuevo
Milenio, aparecerían por las calles de muchas ciudades –y en Oviedo se están
multiplicando, se lo aseguro- unos nuevos especímenes de seres humanos: los
fono-zombis. Seguro que los han visto deambular por las avenidas de Vetusta,
con la cabeza fija en un objeto que sostienen en una de sus manos y del que no
desprenden la vista bajo ningún concepto, como hipnotizados por una luz que
sale de ahí, un nuevo mundo, paralelo al real. Estos fono-zombis se parecen a
sus primos hermanos los zombis, en su torpeza de movimientos, siempre chocando
con el resto de personas de ese mundo al que parecen haber dejado de
pertenecer, mientras se mueven con cierta dificultad o se detienen a teclear
cuando un sonido les devuelve a la pantalla como si su existencia dependiera de
cada uno de esos avisos.
Aún bajo estudios de grupos de expertos que aún no
han conseguido evaluar muchos de los detalles de su personalidad, sí puedo
advertirles -porque lo he experimentado en mis propias carnes- lo peligroso que
puede resultar cualquier choque con uno de ellos. La educación no es lo suyo y
acostumbran a salir de ese estado de hipnosis con muy malas pulgas.
Normalmente, es un exabrupto, una interjección destemplada, un grito –bien
distinto, eso sí, del molesto chillido con el que los humanos-planta de “La
invasión de los ultracuerpos” avisaban a sus congéneres-, su respuesta cuando
se desequilibran, tropezándose mientras tratan de sujetarse al objeto que
retienen en sus manos como el mayor tesoro de su vida. No se conocen aún muchas
reacciones de violencia, pero los expertos temen que éstas puedan llegar en
cualquier momento de su evolución. Ahora basta con reprenderles, un “a ver si
espabilas”, “despierta, fono-zombi”, o alguna manifestación de este tipo que
sea severa y firme. Levantan la vista de ese objeto maravilloso, aturdidos, y
suelen recoger velas, azorados, con un ritmo mucho más despierto que el que
llevaban cuando su mirada permanecía enganchada al resplandor proveniente del
artilugio que sostenían en sus manos.
Permanezcan alerta, pues, en estos días de compras,
de un recuperado ajetreo en las calles de la ciudad y sepan cómo deben
comportarse si llegan a chocar con ellos en alguno de sus paseos. O, si pueden
y les da tiempo, esquívenlos, no vaya a ser que ocurra una desgracia.
MANOLO D. ABAD
Publicado en el diario "El Comercio" el sábado 3 de enero de 2015