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Jacinto teme también a los redentores que redimen con la misma vara que combaten, a los que ven la paja en el ojo ajeno y no ven la viga en el propio, a las aglomeraciones y a los juegos multitudinarios. De ahí que aunque Amando García le inste para que le acompañe como espectador a una Invitación del Ayuntamiento, a un Rey de Bastos o a un Blanco de la Feria, aun admitiendo que se trata de diversiones decadentes y un poco cursis, él (Jacinto) se resiste porque ver un rostro achicharrado, una cabeza abierta de un cachiporrazo o un ojo saltado por un perdigón, son escenas que todavía le desagradan y aunque los demás se rían y él (Jacinto) trate de sobreponerse a su morbosa hipersensibilidad, no lo puede remediar: sufre. Acepta que unos tiempos traen otros tiempos e incluso admite la regresión, puesto que si nada nuevo hay bajo el sol, los hombres forzosamente han de regresar y dar vueltas a la noria como pollinos haciéndose la ilusión de que avanzan y negándose a reconocer que han llegado.
Miguel Delibes. "Parábola del náufrago" (Ed. Destino, 1984).