Rock Stories. -
“Un día en Prado del Rey con Los Deltonos”
1989, junio. Volví a subirme a la furgoneta con mis queridos amigos The Amateurs, como tantas otras veces, en un aprendizaje que no se puede pagar. Un crítico de rock en el otro lado. Cargando los amplificadores, cobrando la entrada, acercándoles las copas... Si no conoces el otro lado, no puedes valorar qué es lo que hay en cada lugar.
Llegamos a Madrid, ilusionados. Una tarde de incipiente verano de
junio. Los chicos me acercaron hasta donde se situaba la antigua
Estación Sur de Autobuses de Madrid. Llevaba conmigo un teclado de
un amigo de la banda para hacer el playback en unas horas. Bajaba por
Santa María de la Cabeza en dirección a la calle Ferrocarril cuando
tres tipos me rodean. No me detuve pero noté la navaja en mi
espalda. Eran tiempos en los que te daban el palo con frecuencia.
Diez mil pelas me sacaron. Afortunadamente, siempre tuve la
precaución de guardar en los calcetines. Eso me salvó. Piqué en la
casa familiar. Le conté a mi tía Mariví la movida. Me dio algo más
de dinero y me cogí el metro en dirección a Prado del Rey. Allí
estaban los chicos. Pensé en el teclado. Menos mal que no me lo
pidieron.
Hicimos el control de la entrada, del dni y esas cosas. Las doce de
la mañana, nos esperaban. En el plató ya estaban todos los del
programa “Cajón Desastre”. Bueno, no, Miriam Díaz Aroca, no.
Estaba el de los Refrescos, muy creído él, y una chavalina
encantadora con sueter de rayas rojas. También un niño prodigio
bastante odioso como todos los niños malcriados. ¡Luuucaaaas, sí,
joder, Lucas! De aquella el muchacho salía en todo tipo de espacios
televisivos y cinematográficos. Yo creo que no lo aguantaba ni su
madre. Pueden añadir las cuatro consabidas letras, si quieren.
También, para rematar el asunto, una docena de enanos de todo tipo y
especie que seguían las órdenes de un realizador que no veíamos
-estaba en su cubículo presidencial, una especie de púlpito en las
alturas del inmenso estudio desde donde no se le veía- como un
ejército convencido y fiel.
Sobre las tablas, Los Deltonos se desesperaban. El realizador la
había tomado con el tipo que simulaba tocar la armónica. Era,
después lo supe, Rafa, dueño de varios locales señeros de la época
en Malasaña como la Vaca Austera. Nada le gustaba al realizador de
Rafa. Y así estuvieron pugnando con el playback hasta la hora de
comer. Sin conseguir cerrar ninguna de las tres canciones previstas.
Tenía su EP en casa, pero me lo terminé de aprender. Nos fuimos a
comer. Antes de llegar al comedor de Prado del Rey se nos unió Juan
de Pablos y pasamos un almuerzo magnífico hablando con él de
música. Era un tiempo apasionante. De aquella no se hablaba ni de
“alternativo” ni de “indie”, lo “independiente” ya había
sido superado. La palabra era “underground”: Sex Museum, Los
Clavos, Las Ruedas, Los Deltonos, Cancer Moon, Surfin´ Bichos, los
Amateurs, Los Bichos, La Secta, Pantano Boas...
No nos dimos mucha prisa en la sobremesa. A las cuatro llegó nuestro
turno. Iba a hacer un playback con los teclados y tenía cierta
preocupación tras ver cómo había tratado el realizador a Rafa. El
pobre, antes de irse, nos pidió disculpas y nos invitó a su bar.
Grabamos en una toma, pero no dio tiempo a más, Seis de la tarde. El
realizador había decidido reñir con los niños (me libré, vayan
ustedes a saber por qué) y los estuvo situando durante mucho tiempo.
La pobre regidora tenía pinta de irse a suicidar en cuanto acabara
tal sesión de despropósitos. Dos canciones. Aún quedaba una, pero
tuvimos que terminar. Hablaron con José Andreu, vocalista y
guitarra, además de factotum para todos los business. En quince días
nos tocaría volver. Evidentemente, vestidos igual. El único
problema era que Paco “Hummungus” Fernández lucía un aparatoso
vendaje en uno de sus brazos fruto de un accidente de moto... Sin
problema: se le vendaría cuando llegásemos y tema resuelto.
Salimos a las ocho. El cielo de Madrid, visto desde Prado del Rey,
embriagaba. Nos fuimos a Malasaña. Perdí a los chicos no sin antes
quedar para el día siguiente y me trasladé a La Vaca Austera a ver
a mi nuevo amigo Rafa. Cerramos el local hasta las mil. La noche
terminó en un trasiego por la Malasaña de la incipiente mejor
época. Llegué a la calle Ferrocarril andando. Mi tía dormía. Y no
pensé en la pasta que me habían mangado, sino en que repetiría
pronto otro viaje a ese inolvidable Madrid.
MANOLO D. ABAD