Crónicas de
Vestuario. -
“El
efecto champán”
Llegaba el equipo azul tras una de esas derrotas dolorosas, muy
dolorosas, ante un rival que -sin duda, me atrevo a firmarlo aquí-
estará en las posiciones de cola de la categoría, con la intención
de resarcirse, como siempre, ante su fiel público. Más de once mil
espectadores a pesar de que la LFP se empeñe en fastidiar este tipo
de encuentros al más alto nivel, ante equipos con aficiones muy
estables, con una gran historia. Pero, ¡ay! los lunes y por la
cadena catalana “Gol TV” no son nada propicios. Que yo recuerde,
ninguna de las retransmisiones por este canal han tenido un resultado
favorable a los azules. Otro gafe más a superar. Había que
reaccionar, mostrar carácter -el que les imprime su entrenador- no
esconderse y convencer.
Los primeros treinta minutos fueron para enmarcar. Un once con gran
intensidad, empujando con fuerza y una gran disposición táctica
para oprimir al rival hasta acorralarlo en su propio terreno. Fruto
de esa salida en tromba, bien orquestada, bien dirigida, muy bien
trabajada, el once azul se adelantó hasta un brillante dos a cero.
Para un equipo con mucha clase, pero más dudas -esa ansiedad que
provoca el tener una gran hinchada detrás- ese resultado debería
haber sido letal. Dejémonos de idioteces, un equipo competidor
(adjetivo mágico que se repite como una mala digestión) hubiera
aplastado, hubiera destrozado. Porque la gran competición
profesional exige machacar. Estos son los conjuntos ganadores, los
que tienen fe inquebrantable, los que desean hacer más daño, los
que -regreso al tópico- tienen hambre. Aquello que te dicen que
mejor era un 1-0 por aquello de mantener la tensión, una de dos: o
son idiotas; o han nacido para perder, como en la maravillosa canción
de Johnny Thunders & The Heartbreakers. Y en el deporte, la
supuesta épica del perdedor no vale para nada. Bueno, a algún
tuercebotas quizás sí le valga.
Mikel González hizo uno de esos remates increíbles en un golazo
brutal y la balanza se desniveló. Muchos jugadores desaparecieron. A
la defensa oviedista le empezaron a temblar las piernas -sobre todo,
a los centrales- ante un delantero con mayúsculas como Borja
Iglesias y el partido se fue al garete. El medio campo maño comenzó
a carburar, a crear y sólo Forlín fue capaz de tapar las vías de
agua de una nave azul que naufragaba.
En la segunda parte se sufrió. Mucho. Juan Carlos salvó varios
unos-contra-uno y llegamos a un empate que supo a victoria. Nunca
entenderé que se pite a un jugador de tu equipo durante el partido,
por mucho que no te guste. Y a mí tampoco me gusta Juan Carlos, la
verdad sea dicha. Pero no por eso voy a criticarle cuando no se lo
merece. Uno prefiere porteros más sobrios: como decía cierto
entrenador, que pare lo posible, todo lo posible, aunque no lo
imposible. Pero es el nuestro. Y debería ser apoyado. Ya está.
Un punto más. Esa es la lectura. Ante un gran equipo que mostró una
capacidad de recuperación brutal y que dominó la segunda parte de
principio a fin. Sumar es siempre importante, sea como sea. Y creo
que al Zaragoza lo veremos más arriba, porque tiene materia prima
para estar en las posiciones de privilegio. Dicho lo cual:
necesitamos un triunfo fuera. Es urgencia, casi emergencia. Por si
ocurre un accidente como el de la pasada noche de lunes. Un efecto
champán, donde tras los primeros brindis, las burbujas se secaron
dejándonos un bebedizo infumable en forma de indeseado empate.
Recuperemos el ánimo y pensemos en qué preferimos descorchar.
Quizás mejor una botella de un buen vino de reserva, para poder
paladearlo durante noventa y pico minutos hasta saborear otros tres
ansiados puntos, que es como más se disfruta.
MANOLO D. ABAD
Reportaje fotográfico: JOSÉ LUIS GONZÁLEZ FIERROS