Vinilo Azul. -
“El día (obligatorio) del vinilo”
Sí, ayer, fue el Día
del Libro, y habrá que guardar algunas conclusiones para otra
entrega de este “Vinilo Azul”, que recibe su nombre de cierta
veneración a los discos, que, desde la aparición del compact-disc,
pasaron a llamarse vinilos. La vida da tantas vueltas que, a veces,
pese a permanecer en un mismo lugar, el mareo nos llega de tanto
movimiento como se produce, de tantos pequeños terremotos que nos
remueven de lo supuestamente anodino.
En esta ruleta rusa de
apariencias que son las tendencias de moda y demás poses varias, ha
llegado la del vinilo. Gente que adquiere discos para ni tan siquiera
escucharlos, por el postureo de comprarlos y colgarlos en una pared
de sus casas. Hay gente para todo en este mundo. Recuerdo mi primera
compra, el primer álbum de los valencianos Glamour en la tienda de
discos Pífano, en aquel recién inaugurado Centro Comercial Salesas
de Oviedo. Unos días después caería, en el mismo lugar, el primer
single de Ilegales con “Revuelta juvenil en Mongolia” y la
espeluznante “La pasta en la mano”. Ya no había remedio: un
camino se había abierto. En aquel pequeño y portátil equipo Dual
comenzaban a sonar nuevos discos. No importaba quedarse sin salir el
fin de semana, escuchábamos todos aquellos vinilos que nadie llamaba
así por entonces.
El tiempo transcurrió.
Templos como Discos Liverpool, Discoteca y, sobre todo, Discos 3 de
mi querido Antonio Palomero, acabaron por cerrar. Y algo cambió en
nuestras vidas. Recuerdo estar en Madrid, en casa de mi querido amigo
Dani Fletcher, que me acogió junto a su gran mujer Asun Montes en un
momento de gran zozobra personal y conocer la liquidación de Discos
Del-Sur a quienes había comprado por correo toneladas de discos y de
cd´s, sin poder acercarme. No tenía dinero y el futuro sólo era un
pozo sin fondo donde no quería sumergirme. La vida siguió dando
vueltas, con un capricho inabordable, que me permitió reconstruir
mis ruinas. La ciudad también había cambiado. A mi revista
“Interferencias” llegaban cds, ningún vinilo. Mi pequeño
estudio en el centro de Oviedo -mi madre lo llamaba el “zulo”-
sólo tenía capacidad para ellos. Los vinilos, que habían crecido
hasta más allá del millar, se quedaban en la casa de mis padres.
Pasados los años, los
vinilos y el equipo “compacto” -en casa de herrero, cuchillo de
palo, ya saben- siguen en la casa de mis progenitores. El incremento
de cds ya cuadruplica (o quizás más, ya perdí la cuenta) al de
vinilos, pero la valoración en el mercado ha aumentado de unos
respecto a otros. Incluso hay un día para celebrar a los discos, o a
los vinilos, como los llaman ahora. Aún me encuentro gente que me
cuenta que los cds se borran pasados una década -en mi colección
algunos ya superan la veintena y no ha ocurrido tal cosa- y que
siguen vendiéndome motos e historias sin sentido propias del radio
makuto. Yo, tan sólo compro algunos discos -perdón, vinilos- por
algo especial y con mayor gusto si van acompañados de cd -en los
Estados Unidos suelen ofrecerte ambos a un precio de risa- pero no
pienso que sea algo particular o me haga sentirme sobrehumano. Me
encanta tener mi vinilo en color azul del último de Automatics, pero
escucho el cd que lo acompaña; lo mismo cuando adquirí el 10”
titulado “False idols” de Hugo Race también con un compact
adicional.
No entiendo esta fiebre.
A fin de cuentas, lo principal debería ser la música. Y, más aún,
prescindir de todos estos cabos de año, “días de”, que sólo
sirven para que muchos periodistas se sonviertan en unos rutinarios
vendedores de vacuas y repetidas efemérides con la persistencia
aburrida de un mal funcionario. Y eso, por no hablar de ciertos
compradores del producto...
MANOLO D. ABAD
Publicado en el suplemento "El Comercio de Oviedo" del diario "El Comercio" el domingo 24 de abril de 2016