Crónicas de Vestuario. -
“Pírrico”
Un gol y tres puntos más.
Nada más hay salvable de esta tarde futbolística donde el once azul
continúa navegando a la deriva. Llevado por una espeluznante
inercia, sin patrón de juego, sin ideas, sin juego, sin nada.
Encontró el equipo ovetense un partenaire adecuado con el que danzar
en un horrible baile de la desesperación, de la inoperancia, de una
agonía ni tan siquiera maquillable por la victoria. El silencio
cuando pitó la conclusión el pésimo árbitro Munuera Montero
rasgaba los sentidos de aquel que tenga el corazón azul. Recordé,
instantáneamente, la carta de Claudio Ranieri contando su
experiencia al frente del Leicester al que va hacer campeón de la
Premier por primera vez en su historia. La palabra es actitud. Y de
eso adolecen los azules desde que Sergio Egea abandonó la nave azul.
Olvidaremos una primera
parte terrible: impotencia, caos, inacción. Resulta difícil definir
tal desaguisado, aunque la lesión de Koné nos pueda ilustrar sobre
lo que llevamos soportando. El costamarfileño se lesiona y discurren
cinco minutos en los que nadie sale a calentar. Uno, que hace años
se graduó como “hombre de fútbol” en muchas horas de categorías
inferiores, siempre ha visto -de alevines a profesionales- cómo,
ante una lesión, un jugador del banquillo sale a calentar
inmediatamente. Pero no, en esta deriva sin profundidad, en este
oculto pozo que lastra todas las ilusiones azules, no hubo jugador
calentando. Cinco minutos después, alguien no tuvo más remedio que
sacar a Borja Valle al terreno de juego. Unos estiramientos básicos
y sustitución. Muy sintomático de todo lo que está ocurriendo en
este equipo.
Sin actitud, sin empuje,
sin ambición continuó el once azul en una segunda parte donde el
Numancia fue más bien la mantequilla Soria deseada por Marlon Brando
en “El Último Tango en París”. Los amigables castellanos
ofrecieron sus bandas -jamás transitadas- su ritmo indolente y su
total falta de actitud para que el Real Oviedo hiciera estragos y
disfrutara junto a su afición de una tarde de reivindicación. Pero
no. Era el tiempo de esos rondos inofensivos que tan bien se le dan a
Edu Bedia, de manejar artificialmente el partido, de jugar a un
futbolín estático donde nadie se ofrece al desmarque, de mover el
balón en unos tránsitos de pega que no engañan a nadie. Pitos,
silencio, indignación.
El gol dio la alegría.
Tres puntos más, sí. Esperanzas, pocas, muy pocas, visto el
lamentable espectáculo que hemos padecido. Una victoria pírrica,
como las que facturó el rey de Epiro y que darían nombre a esos
triunfos de alto coste y nula efectividad. Vuelvo al silencio,
inquietante, nada más terminar el choque. ¿Qué está pasando? ¿Por
qué se ha matado la magia? Vemos a los responsables pasear como
pavos reales mientras la desesperación se apodera de una afición
que había creído que, por fin, se habían acabado los
padecimientos. Pero no, alguien -todo el mundo sabe quién es- se ha
empeñado en matar la ilusión, en jugar con la esperanza y las
aspiraciones de ascender, de regresar al sitio que el Real Oviedo se
merece por todo. Entre tanto, Esteban en el banquillo y Diegui
Johannessson -que podría jugar con Islandia la Eurocopa de Naciones
si hubiera un poco de decencia en los timoneles de la nave azul- en
la grada. Mal, muy mal.
MANOLO D. ABAD
Fotos: J.L.G.FIERROS
Publicado en el diario "El Comercio" el lunes 11 de abril de 2016