Cuando se pasan largos años en sitios como San Quintín o Folsom, ¿se acostumbra uno completamente a las condiciones de vida y a la falta de libertad?
Te acostumbras por completo. La vida sigue, sea cual sea el sitio donde vives. En la cárcel, seguimos bromeando, riendo, intentamos vivir lo mejor posible esa situación y no verlo todo tan negro. Te adaptas. Sabe, siempre ocurre algo en la cárcel, es como una aventura y por eso, en cierto también es excitante. Menos aburrido, la cárcel lo es todo. (Risas)
-¿Qué es lo que más se añora detrás de los barrotes?
Indiscutiblemente, la libertad. Poder disponer de tu tiempo. No tener que vivir con horarios fijos. Y ese tipo de cosas. En chirona, estás completamente privado de tu autonomía de movimiento y del uso del tiempo. Eso es lo peor. A la falta de mujeres, de sexo, te vas acostumbrando. Pero la cárcel me enseñó que la vida sigue, allí donde estés. Hay gente feliz y en paz consigo misma en la cárcel y hay gente que siempre está angustiada e infeliz aunque viva en un palacio…
-Volvamos al período de Vacaville, donde simuló estar loco. ¿Cómo se mantiene el equilibrio entre la locura simulada y la verdadera locura?
Es verdad que no siempre es muy evidente. Te propinan cada día un montón de medicamentos, de tranquilizantes que te atontan. Pero tuve sangre fría. Incluso a veces era divertido pasar por un chalado. Empezaba a hablar con las paredes, llegaban los vigilantes y desalojaban los pasillos. Yo me pegaba cara a la pared, peleándome e insultando al muro. ¡Los batas blancas no sabían cómo actuar! (Al recordar sus bromas psiquiátricas, Bunker se troncha durante cinco minutos)… ¡Les decía lo que fuera, que era el jefe de la CIA u otras elucubraciones por el estilo! ¡Era demasiado, muy divertido!
-Luego fue al penitenciario de Marion, Illinois, uno de los más duros de América. ¿Fue en esta época cuando se publicó su primer artículo?
Sí. Había escrito un artículo sobre las guerras raciales entre presos blancos y negros en San Quintín. En aquella época, existía una censura muy estricta en el correo que salía de la cárcel. Pedí permiso para ver a mi abogado en la cárcel del Condado de L. A., y pude pasar mi artículo al exterior gracias a su intervención. Lo publicó el Harper´s Magazine.
-¿Cuál fue su reacción?
¡Man, fue fantástico! Durante un buen rato, no me lo podía creer. Mierda, hacía una eternidad que estaba escribiendo, que lo intentaba, que persistía en mis esfuerzos. Había conservado este artículo sobre las guerras raciales en la cárcel, era un testimonio de primera mano. Estos conflictos entre razas me deprimían; los presos viven juntos, tendrían que estar unidos. Yo, no sentía ningún odio hacia los negros, no tenía ningún deseo de apuñalarles, ni de que me apuñalasen. Lo menciono un poco en mi segundo libro La bestia contra la pared. Sin embargo, mi mejor testimonio sigue siendo aquel artículo en el Harper´s. Fue lo que propicio la publicación de mi primera novela No hay bestia tan feroz. La había escrito a trozos, durante mis diversas detenciones, parte en San Quintín, parte en Folsom… El manuscrito dio vueltas por diferentes editores durante más de un año. Me parece que lo vieron seis. La publicación del libro en 1973 no supuso mi liberación inmediata, tuve que esperar unos años más.
Cuarta parte de la entrevista con Edward Bunker realizada por Sergio Ramón Zárate y publicada en el número 4 de "Los Inrockuptibles", mayo de 1992.