Mi aportación en forma de relato al libro colectivo "7Siete" (Trabe, 2019) en el que participan otros treinta y dos escritores comienza así y se titula "Poeta en Portada". Entero lo podéis leer si os hacéis con el libro al precio de 18 €, destinados a la Asociación Galbán.
POETA EN PORTADA
Diego Fuertes se despertó con un
insoportable dolor de cabeza. Notó terribles estallidos dentro de
ella, que se le clavaban como un rayo que le atravesaba todo el
cuerpo. Abrió los ojos y percibió cientos de flashes que le
deslumbraron antes de que pudiera darse cuenta de dónde estaba.
Cuando, por fin, dejó de notar a las saetas lumínicas y su tortura,
se incorporó sobre la cama y recorrió la extraña habitación con
la mirada. Nada especial: una estancia lúgubre que parecía una
pensión barata. Sin embargo, cuando dirigió la mirada a su
izquierda, el pánico le invadió. A su lado, en la cama, yacía un
cuerpo ensangrentado, con el rostro totalmente destrozado. Tiró de
la sábana enrojecida hacia abajo y lo que pudo contemplar le aceleró
aún más el pulso: la masacre sangrienta se extendía desde los pies
a la cabeza. No sólo eso inquietó a Fuertes. Se trataba de un
travesti, como inequívocamente mostraba el cadáver: los pechos
asiliconados con rastros de navajazos en sus contornos, el colgante
miembro viril, libre de heridas, como un testigo impasible de una
verdadera masacre.
Fuertes, torpe aspirante a poeta,
notó el sudor en todo su espigado cuerpo. Varios escalofríos le
recorrieron antes de poder pensar con algo de claridad, pues los
clavos seguían percutiendo en su cerebro y el temblor del pánico se
iba apoderando de todo su ser. Escapar, se concentró en escapar.
Escapar, escapar, escapar, se repitió a sí mismo como un mantra.
Había que escapar como fuera de aquel lugar. Debía es-ca-par.
Volvió a dirigir con su mirada un recorrido por toda la habitación.
Descubrió un lavabo coronado por un espejo. Allí fue. En el
reflejo, vio una estampa desnuda y casi tan ensangrentada como la de
la cama. Probó suerte con el grifo para comprobar si funcionaba. Los
segundos le parecieron horas. Finalmente, el agua manó y Fuertes
comenzó a tratar de limpiarse las manchas rojas que se empeñaban en
pegarse por todo su cuerpo. Volvió a mirarse en el espejo.
Despeinado, con el pánico pegado en cada centímetro de sus ciento
ochenta de altura. Trató de sonreír, pero sólo tenía ganas de
exhalar un alarido de terror. Se lo pensó justo en el momento en
que, tras darse varias veces con el agua en la cara, pareció
recuperar algo de sensatez. Debía largarse de allí. Es-ca-par. Con
calma. Sin que nadie le viera. ¿Qué hora era? ¿Cómo había
llegado hasta allí? El blackout
era
de órdago, probablemente por el consumo compulsivo de drogas y de
alcohol. ¿Y el día? Tampoco lo sabía. ¿El móvil? ¿Dónde estaba
el móvil? Volvió a recorrer la estancia con ansiedad, el corazón
parecía una bomba de relojería que iba a salírsele de sus
entrañas. Las dos mesitas sólo conservaban restos de rayas, una
botella de whisky barato a punto de acabarse. Ni rastro del puto
móvil. ¿La ropa? ¿Dónde estaba su ropa? Fijó su mirada en el
suelo, por el que se desperdigaban pantalones, calzoncillos,
camisetas y chupas diversas. El aspirante a poeta, cuya última
obra-performance “Jazz Desordenado” apenas había alcanzado la
cifra de una decena de libros vendidos, revisó todo con manos
temblorosas. Apareció un móvil en un pantalón: no era el suyo.
Rebuscó frenéticamente, con la ira y el punto del ansia por el
efecto de la droga sacándolo de sus casillas. Lo encontró
finalmente en su chupa de cuero, su fiel tres cuartos. En un bolsillo
interior, allí estaba. Revisó las llamadas: veinticuatro de su
mujer, de la madre de sus dos hijos. Calista Gálvez, ese era su
nombre, debía estar desesperada, por mucha costumbre que tuviera de
las constantes juergas de su marido, por todas las infidelidades
siempre que tenía oportunidad de pillar algo, por ese ego desmedido
en desacuerdo con un pobre talento. Sí, él lo había arreglado
siempre con unos poemitas zalameros, incluso un breve librito, con el
propósito de una enmienda que no llegaba nunca, con unas vacaciones
donde se mostraba tan encantador como cuando la sedujo.
Debía
salir de allí como fuera. Con discreción. El móvil le informó que
era un martes de febrero, 21, seis y media de la tarde, nueve grados
de temperatura en la ciudad. El localizador indicaba que estaba en
Oviedo, donde vivía, y que se encontraba en la calle Foncalada, en
una pensión de la que olvidó el nombre en cuanto apagó el celular.
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MANOLO D. ABAD
"7Siete" (Trabe, 2019)