domingo, 14 de enero de 2018

Una mañana en el HUCA


Vinilo Azul. -

“Una mañana en el HUCA”


En justa correspondencia, trato de devolver a mi madre algo de lo mucho que ha hecho por mí. Gracias al buen talante de mi jefe y a haberme planificado bien los primeros días de la semana, puedo emplear la mañana en acompañarla hasta el HUCA para unas pruebas con el oculista.
Ya no queda ni rastro de todas las polémicas que se generaron con el traslado al nuevo hospital, quizás porque sólo existe una noticia que se puede repetir tanto tiempo a lo largo de meses y años y esa es la referida al proceso catalán, que, por cierto, en ese mismo día celebra sus enésimas elecciones.
Llegamos con media hora de adelanto, siempre muy recomendable en estas ocasiones, por aquello de las distancias que para una mujer octogenaria de movilidad reducida como es mi madre siempre suponen un problema añadido. No ha habido ningún problema ni para llegar -al fondo de la planta, zona amarilla, sala de espera 8- ni para encontrar nuestro sitio hasta que sale (con media hora de adelanto) el número en la pantalla.
Franqueamos la puerta de ingresos donde nos conducen a una nueva sala de espera. Saludamos con ese “buenos días” que cada vez se racanea más en estas ocasiones y nos sentamos. Me he traído un libro de relatos para amenizar las esperas que se suponen para las diversas pruebas a las que se ha de someter mi madre y comentamos en susurros la rapidez con la que el taxista nos ha traído. Sin atascos ni retenciones de ningún tipo. Apenas tenemos tiempo a más, puesto que una enfermera reclama a mi madre. Me enfrasco en la lectura de “Diez Negritos. Nuevas voces del género negro español”, uno de los libros que tenía pendientes aún tras unos meses donde apenas he podido dedicar tiempo a la lectura.
Unos minutos después, en medio de un respetuoso silencio de las cuatro personas que ocupamos la sala, entra una pareja, parecen marido y mujer, sesenta y algo calculo. Su conversación ya sube el tono de una sala donde se han incorporado tres personas más. No me importan las voces ni de lo que hablan, el relato me empapa hasta que, casualidades de la vida, veo que entra mi querido Ivo Pérez, a quien muchos conocerán como músico al frente de Muñeco Vudú. Me muestra el libro de poemas de otro gran músico asturiano como Alfredo González -que se había traído para su espera- y me cuenta su problema ocular, al tiempo que hablamos de la vida, de sus cultivos de arándanos, de la edición de su tercer disco, de mis historias en la radio con los archivos de canciones desaparecidos en mi ausencia y cómo reordenarlos, actividad mucho más trabajosa que incorporarlos de nuevas al sistema. La señora de la pareja sexagenaria ya ha subido a nivel “sidrería” la conversación. Me cuesta escuchar a Ivo puesto que no queremos elevar nuestro tono de voz.
Llega mi madre. Se la presento a Ivo. Percibo que se han caído muy bien. Ambos son personas muy vitales y positivas, me contagio de su buena energía. Lo malo es cuando aparecen dos mujeres, una octogenaria y otra de edad indeterminada y se sientan al lado de mi madre. La octogenaria no para de golpearla con su brazo derecho, pero eso no es lo peor: la acompañante saca el móvil y el mundo se detiene como por ensalmo al compás de una tonadilla. La musiqueja se repite y repite y repite en un bucle terrorífico, cada vez con mayor volumen, cada vez más insoportable. Seguimos en una sala de espera de un hospital, pero tal parece que nos encontramos en una estación de autobuses. Ganas tengo de equiparar el volumen y establecer una “guerra de móviles” y de melodías poniendo algo suavecito: quizás un “Ace of spades” de Motorhead, a lo mejor un “Pub” de los Cosmic Psychos, dudo si un “Hard for you” de los Beasts of Bourbon. A sabiendas de las molestias que le podría producir a mi madre -aún con secuelas de la neuralgia de trigémino que la devastó durante quince años- me corto. Pierdo la noción del tiempo hasta que la salvadora llamada de la enfermera nos rescata de la sala de tortura, digo, de espera. Y no dejo de pensar por qué la gente es tan terriblemente egoísta y, sobre todo, maleducada.
MANOLO D. ABAD
Publicado en el suplemento "DOviedo" del diario "El Comercio" el domingo 14 de enero de 2018