“¿Valeriana o carajillo?”
Este nuevo Real Oviedo va mostrándose, poco a poco, en este arranque
de temporada y los signos no parecen muy esperanzadores. La temporada
es larga, muy larga, como ya sabemos, pero estas primeras jornadas
han mostrado unas carencias casi calcadas a las de los últimos meses
de la campaña anterior a los mandos de Generelo. A saber: nula
capacidad para la creación ofensiva, un ritmo desesperadamente
lento, constantes pases inútiles hacia atrás cuando se inicia una
jugada, juego previsible, algunos desajustes defensivos en las
imprescindibles ayudas y una negación persistente del juego por
bandas con los laterales desdoblándose y acompañando en los apoyos.
Lo dicho: un guión parecido al del entrenador con la “L” de
autoescuela -como lo denominamos desde esta misma columna- de
infausto recuerdo para la afición azul.
Uno puede llegar a comprender y, por supuesto, comparte, la obsesión
por una seguridad defensiva a ultranza en una categoría donde los
errores en la zaga pueden llegar a pagarse muy caros. Si son como los
cometidos ante el UCAM Murcia en el precedente encuentro copero, el
castigo aumenta hasta convertirse en una enorme frustración. Pero lo
que no puede, ni debe, perdonarse ni obviarse en un equipo con las
aspiraciones de los azules es la tremenda, desesperante, manifiesta,
incapacidad para crear juego ofensivo. Máxime teniendo los mimbres
con los que se cuenta en punta. No es ya que los dos medios centros
parezcan dos clones de marcado carácter defensivo, poco dados a
llevar la batuta y marcar un ritmo de juego que en los pies de Torró
se convierte en una sesión pasada por melatonina y que conduce al
sopor más absoluto, plena de pases de seguridad hacia atrás o de
balonazos inconsistentes; sino que se ha anulado por completo la
capacidad para desbordar por unas bandas a expensas de la inspiración
de un chispazo de Nando -desaparecido en la primera y con cierta
presencia en el inicio del segundo acto, lo mejor de los oviedistas-
o de un Susaeta que buscaba sin encontrar un aliado al que asociarse.
Pero, claro, a José Fernández ya lo conocemos y... mejor no hablar,
pues cuando lo intentó -en dos ocasiones en el segundo acto- el
balón acabó por perderse en tierra de nadie. A Varela, en la
izquierda, se le ve también timorato y desconectado de un jugador
como Nando, rápido y vertical, que debería ofrecer unas
prestaciones mucho mayores que las mostradas en la calurosa tarde
dominical ovetense.
Y no, Michu no va a resolver todo. Aunque su grata, esperada,
contribución se hizo notar. Con esfuerzo, con galones, con una
presencia voluntariosa en todas partes. Pero, en un deporte colectivo
como el fútbol, no vale sólo con el extraordinario impulso que el
gran jugador ovetense aportó. Si no hay ritmo, ni empuje, ni bandas,
ni creatividad, seguiremos instalados en la misma vía mediocre con
la que nos despertamos al final del pasado invierno. Así que la
opción sólo pasa por seguir con este juego narcotizado, pura
valeriana para echarse a dormir, “a la italiana” casi diríamos,
o despertar con un buen café, darle ritmo, imbuirse de ambición,
explorar el territorio de las bandas como camino seguro al gol y
transformar este insoportable sopor en algo consistente, con
jerarquía y verdaderamente ganador.
MANOLO D. ABAD
Foto: J.L.G.FIERROS
Publicado en el diario "El Comercio" el lunes 12 de septiembre de 2016
Foto: J.L.G.FIERROS
Publicado en el diario "El Comercio" el lunes 12 de septiembre de 2016