San Pateo. -
Día
1: “La Mateína”
El trabajo me retiene con tal constancia -disfruten de la
programación musical de RPA- que me resulta imposible llegar al Ca
Beleño a ver a Puri Penín y Kike Suárez celebrando
el Harvest Moon por tercer año consecutivo. La experiencia dicta que
una buena cena es imprescindible para afrontar las noches largas y
dejo que los dos ejemplares de salmón se tuesten al aceite y la
sartén. Por mucho que me cueste, hay que comérselos, aunque echo de
menos unos salmonetes frescos. No quiero parecerme al gran Petros
Márkaris -aunque sé que algo se me ha pegado de él- y trataré
de librarles de mis disquisiciones gastronómicas. O, más que
probable, no. Digo que seguiré contándoselas. Mi reacción ante
cualquier tipo de autoridad e imposición siempre ha sido la misma.
Llego a La Mateína, a la que han situado en un entorno
privilegiado. Sólo he de atravesar la plaza del venerable Feijoo
-que se ha convertido con los años en un experto rockero- y su
estatua para alcanzar el chiringo. En el concurso de rock de Oviedo
arrasa uno de esos grupos de death metal cuya voz parece un erupto,
pero muy deslavazados, carne de primera fase olvidable hasta en el
nombre. Alcanzo la Corrada del Obispo donde hace eones que vi por
primera vez a los venerables Modas Clandestinas -grupo a
recuperar como sea- y ya me encuentro con mi querido amigo Rubén
D. Rodríguez. Hablamos de nuestras cosas, porque Rodrigo
Cuevas suena en la lejanía, demasiado lejos para mis oídos e
incluso para mis tapones. No abro el estuche de los mismos, porque,
inmediatamente, pienso en Ella. En estos meses de vacío y silencio.
Quizás sea mejor el vacío y el silencio y olvidar todo lo
sucedido... Cuando el corazón late tan fuerte, sobran las palabras.
Celso Miranda me engancha y comenzamos a hablar. Querido y,
siempre, lúcido. Ha leído el capítulo 0 de este serial y permanece
alerta de sus dos pequeñas que juegan sin parar en la plaza, en esa
libertad que tanto anhelamos quienes la hemos vivido. Sin partidismo,
sin enconamientos de la izquierda a la derecha: conocer la historia
debería hacernos libres, pero en esta ignorancia insoportable no hay
lugar para las gentes libres como yo. El bueno de Celso lo entiende,
porque él, izquierdista convencido, aprendió la lección de la
tolerancia en otros tiempos que parecen demasiado lejanos. Hemos
dejado ir las materias humanas -lengua, literatura, historia,
filosofía- en virtud de una fuerza de trabajo que sólo conoce unas
nociones básicas de lo que es un ser humano. ¿Se extrañan de que
vuelvan las violaciones? ¿El machismo? Las humanidades nos enseñan
una perspectiva diferente, pero, claro, aquí sólo hacía falta
fuerza de trabajo. Celso trata de encontrar a la mayor de sus
pequeñas y me alegro de no tener esas responsabilidades. Conmigo
morirá mi especie. Tampoco creo que se pierda mucho, seamos
sinceros.
Está tocando un grupazo en el Concurso de Rock, con gaita y todo,
trato de acordarme del nombre, ¿Melandru, quizás? Vaya que
si lo hacen bien. Recuerdo días de jurado. También quienes
-cicateramente- hicieron lo posible y lo imposible por echarme del
asunto. Al final, todo se desarrolla en una suerte de círculos
concéntricos, como me decía hace unas semanas Juan Codorniu
-recuperado guitarrista de los espléndidos Lagartija Nick-,
una visión histórica más avanzada que la típica circular. Lo malo
es cuando el círculo cae sobre ti y cada rincón me recuerda a Ella,
que ya no es Ella. Aún quedan días para amanecer en paz, pero sus
ojos -como en un sueño- siguen clavados cuando suenan Black Swan
Lane en el equipo de música.
Hoy os dejo con Tex Perkins y una de sus bandas. Este
individuo -en su concierto gijonés con los irremplazables Beasts
Of Bourbon- trató de quedarse con mi camiseta de los Soledad
Brothers. No acepté, sólo me lo hubiera pensado si fuera Maika
Makovski o una mujer parecida...
MANOLO D. ABAD