Vetusta Blues. –“Imágenes de Navidad en Oviedo”
Bullía el centro de la ciudad,
pero no como en otras ocasiones. Las prisas por llegar a ningún sitio, en esa
loca carrera diaria, cotidiana, que nos marcamos como una competición absurda
por llegar cinco segundos antes que otro, no existían. Era otra ansiedad, con
una faz diferente, alejada de los malos modos con los que lidiamos con
resignada naturalidad día tras día. Las últimas compras, los regalos atrasados,
tanta gente… En las escaleras mecánicas del centro comercial se apelotonan las
personas sin esas urgencias de un día normal. Dejo pasar a algunas para que no
atosiguen a mi madre, con su bastón y cierta dificultad para dar el paso a un
escalón automático de subida. Una mujer de mi edad pasa y me da las gracias
mientras le explico las dificultades que ella tiene. Sorprendentemente, me
encuentro buen rollo. Atención, no indiferencia.
Al llegar a casa contemplo las
espeluznantes imágenes del brutal accidente de La Escandalera. Veo a mis queridos
Morei, Israel y Marta atendiendo a las víctimas en plena calle. La gente no ha
podido pasar de largo ante semejante salvajada. Aún no todo está perdido, creo.
Ya llegará el momento de conocer las primeras declaraciones del conductor
comentando que “no era para tanto”. Está claro que, para algunos, la Navidad
jamás llegará ni leyéndoles un millón de veces seguidas el célebre y magnífico
cuento de Charles Dickens. Luego, horas después, ya vendrá alguien para
proporcionarle una excusa con la que librarse de su responsabilidad ante
semejante vileza. Afortunadamente, no hay muertos y sólo una de las víctimas
permanece en el HUCA. Horas después, la policía detiene en el Campillín a la
mujer –me niego a llamarla madre- que abandonó a sus tres hijos a su suerte.
Aquí sí que hay muchas, demasiadas víctimas y con unas cicatrices que durarán
mucho tiempo… El día se empeña en ofrecer claroscuros y altibajos. En la calle,
el carrusel de mendigos desdice los datos de la alta economía. Encuentro a uno
de los no habituales, que quizás no lleve tanto tiempo a la intemperie: le doy
una bolsa con jamón y con queso. Sólo valdrá por un día, no habrá sonrisas ni
el corazón dejará de encogerse ni él de sentirse cada vez más pequeño y anónimo,
pero necesito compartir un gramo de alegría, una mínima sonrisa en medio de su
adversidad.
Porque sí, esta Navidad -a
diferencia de la de 2013 en que una puñalada trapera de unos viles y vengativos
“empresarios” me golpeó inesperadamente- me ha devuelto una sonrisa parecida a
la de los empleados de Alcoa. Su sonrisa, que por coincidencias de la vida es
la misma que la mía, posee un resplandor, una luz, mucho mayor que la de esos
afortunados a los que les tocó la Lotería de Navidad. A los que este tiempo les
devolvió ese motor de la vida llamado esperanza que trata de alumbrarnos en
días como éstos. La jornada había empezado con canciones de Richard Hawley y
así quise que acabara, consumiendo una vela para que brille al final del túnel,
para que la esperanza nunca se marchite.
MANOLO D. ABAD
Publicado en la edición papel del diario "El Comercio" el sábado 27 de diciembre de 2014